«El Ghoul y el cadáver»: G.A. Wells; relato y análisis.
El Ghoul y el cadáver (The Ghoul and the Corpse) es un relato de terror del escritor inglés G.A. Wells (¿?), publicado en la edición de marzo de 1923 de la revista Weird Tales.
El Ghoul y el cadáver, el único cuento de G.A. Wells conocido —de hecho, la identidad del autor es un verdadero misterio—, nos sitúa en una región inhóspita de Alaska, y relata la historia de Chris Bonner, un buscador de oro que descubre el cuerpo de un hombre de Neandertal congelado en un glaciar.
Ese hallazgo, supone Bonner, le dará riqueza y reconocimiento, de manera tal que extrae el cuerpo del Neandertal y lo transporta hacia su cabaña. Sin embargo, las circunstancias cambian, la criatura se descongela y lo ataca con un cuchillo tallado en marfil.
Rápidamente hay que decir que El Ghoul y el cadáver no es un relato de vampiros. No estamos aquí ante un Ghoul tradicional, es decir, un necrófago que ronda por los cementerios, aunque Bonner, en cierto modo, termina saqueando la tumba del Neandertal. En este sentido, el título presenta un juego de palabras que se resuelve a lo largo de la historia.
Tampoco podemos estar seguros de que el hombre prehistórico descongelado en aquel glaciar sea un Neandertal. El término no se utiliza, pero la descripción de la criatura representa bastante bien lo que se creía sobre los Neandertales en aquella época: criaturas salvajes, bárbaras, de escasa inteligencia, más similares a los simios que a los humanos. Hoy sabemos que esto no es exactamente así.
Existen, de hecho, muchos relatos de Neandertales en la ciencia ficción. Algunos caen en el mismo cliché de El Ghoul y el cadáver, como La raza aterradora (The Grisly Folk), de H.G. Wells; otros presentan una visión mucho más beninga, como El pequeño muchacho feo (The Ugly Little Boy), de Isaac Asimov, donde un niño Neandertal es traído al presente en una máquina del tiempo y se descubre que su comportamiento, y de hecho su inteligencia y emociones, no son diferentes de las de los niños humanos.
En todo caso, El Ghoul y el cadáver de G.A. Wells relata el cliché del hombre prehistórico congelado en un glaciar, el cual termina siendo descongelado por alguien que busca el reconocimiento de la ciencia. No es un gran cuento, hay que decirlo, y el final deja bastante que desear; sin embargo, posee el valor de explorar un terreno poco conocido hasta entonces. Si en vez de Bonner, el narrador hubiese sido Arthur Gordon Pym, de E.A. Poe, la ejecución de El Ghoul y el cadáver habría alcanzado otra calidad, y probablemente se habría convertido en un clásico del género. No obstante, el trabajo de G.A. Wells tiene su mérito, y su reconocimiento, en esta sección de El Espejo Gótico.
El Ghoul y el cadáver.
The Ghoul and the Corpse, G.A. Wells (¿?)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli)
Esta es la historia de Chris Bonner, no la mía. Por favor, recuerde que no avalo positivamente todo lo que viene a continuación. En un tiempo tenía mucha fe en la veracidad de Chris, pero eso es cosa del pasado. Él es un mentiroso; un mentiroso sin conciencia. De hecho, se lo dije a la cara. Me pregunto qué clase de tonto cree que soy.
Dicho esto, si sigues adelante, escucharás la notable historia que me contó. Fue, y es, una mentira. Siempre lo pensaré así.
Él entró en mi iglú, allá arriba, en Aurora Bay. Eso es en Alaska, ya sabes, en el mar Ártico. Había estado en el interior del país intercambiando pieles para una empresa de Nueva York, y debido a la mala suerte no llegué a la costa hasta el tercer día después de que partiera el último vapor. Y allí estuve abandonado durante el invierno, sin posibilidad de salir hasta la primavera, con unas pocas docenas de indios ignorantes como compañeros. Gracias a Dios, tenía una buena cantidad de suministros enlatados.
Como dije, llegó Chris Bonner.
—¿De dónde demonios vienes? —pregunté, ayudándolo con su rígida parka.
—Desde allá abajo —respondió, sacudiendo un codo hacia el sur—. Comamos algo, MacNeal. Estoy muerto de hambre. Mira el paquete, ¿quieres?
Ya había mirado el paquete que había arrojado al piso cubierto de pieles del iglú. Era tan delgado como un sabueso hambriento. Calenté una lata de caldo de res, algunos frijoles, y puse la cafetera sobre el fuego de grasa que servía tanto para el calor como para la luz. Además, puse algunas galletas delante de mi invitado. Él la devoró lobunamente.
—Ahora una pipa y algo de tabaco, MacNeal —ordenó, apartando los platos vacíos.
Le di una de mis pipas y mi bolsa de tabaco. Parecía saborear el humo. Me imaginé que no había tenido la oportunidad de fumar en mucho tiempo. Permaneció en silencio por un momento mirando la llama parpadeante.
—Dime, MacNeal —dijo—; ¿qué sabes sobre una teoría que dice que alguna vez este viejo mundo nuestro giraba sobre su eje en un plano diferente? He oído decir que la Tierra se inclinó unos setenta grados. ¿Qué sabes al respecto?
Eso fue algo extraño para Chris Bonner. Era un tipo práctico, que nunca se había alejado mucho del tema de la minería. Había estado buscando oro desde Panamá hasta el Círculo Polar Ártico durante los últimos treinta años.
—No más que tú, probablemente —respondí—. También he oído hablar de esa teoría. Diría que es una suposición, simplemente.
—Esta teoría sostiene que el Polo Norte solía estar donde está el Ecuador ahora —dijo—. ¿Crees eso?
—No sé nada al respecto, Chris —le respondí—. Pero sí sé que han encontrado en los polos cosas que ahora son generalmente reconocidas como de naturaleza tropical.
—¿Qué, por ejemplo?
—Palmas y helechos, una especie de loro, tigres dientes de sable; y también mastodontes, miembros de la familia de los elefantes. Todos los fósiles, claro.
—¿No seres humanos, MacNeal? ¿Algún esqueleto o fósil?
—Nunca he oído hablar de eso. Sin embargo, se encuentran personas prehistóricas en Inglaterra y Francia.
Reflexionó, resoplando por su pipa, sus ojos en el fuego. Parecía perplejo por algo.
—Mira, MacNeal —dijo de repente—. Digamos que un hombre muere. Él está muerto, ¿no?
—Sin duda —me reí.
—No podría volver a la vida, ¿no?
—Difícilmente. No si estuviera realmente muerto. He oído hablar de casos de animación suspendida. Aparentemente, el corazón deja de latir durante uno, dos o posiblemente diez minutos. Sin embargo, en realidad no es así; simplemente su latido no puede ser detectado. Cuando el corazón de un hombre deja de latir, está muerto.
Bonner asintió con la cabeza.
—Animación suspendida —murmuró, más para sí mismo que para mí—. Eso debe ser. Eso es lo único que lo explicaría; nada más. Si pudiera abarcar un período de diez minutos, ¿por qué no un período de veinte o incluso cien mil años?
—Si quieres descansar un poco, Chris, te prepararé la cama —interrumpí.
Captó el sentido de mi tono y sonrió.
—Crees que estoy loco, ¿eh? —dijo—. No lo estoy. Sin embargo, es una maravilla, teniendo en cuenta lo que he visto y lo que yo. Déjame mostrarte algo.
Metió una mano en su paquete delgado y sacó un objeto que, a primera vista, parecía un cuchillo de carnicero. Me lo entregó y de inmediato lo sentí como algo familiar. Era un tipo curioso de cuchillo, uno por el que un coleccionista de antigüedades habría pagado un buen dinero. Era un color muy oscuro, casi negro; corroído, me pareció, como si hubiera permanecido mucho tiempo en un sótano húmedo. Era de una sola pieza, el mango de unas cinco pulgadas de largo y la cuchilla de unas diez pulgadas. Ambos bordes estaban afilados y el extremo apuntaba como una daga. Ciertamente no era acero. Rasqué un lado de la hoja con la uña del pulgar y expuse un color amarillo cremoso debajo de una delgada película negruzca.
—Sangre seca —dijo Bonner—. ¿De qué está hecho ese cuchillo?
Examiné de cerca la mancha amarilla. El cuchillo estaba hecho de marfil. Sin embargo, no era el tipo de marfil que conocía; de hecho, era mucho más grueso que cualquier marfil que hubiera visto.
—Eso salió del colmillo de un mastodonte, MacNeal —dijo Bonner.
Lo miré. Estaba asintiendo. Aparentemente hablaba en serio.
—Bonita curiosidad, Chris —comenté, devolviéndole la cosa—. Herencia, sin duda. ¿Lo recogiste en una de las aldeas indias?
Se sentó, resoplando, mirando el fuego. Se quedó un rato ahí, con el ceño fruncido. Esperé.
—He estado recorriendo la zona, como siempre —dijo al fin—. Allá abajo, alrededor de las cabeceras del Tukuvuk, hay un lugar horrible. Nadie va allí. Los indios dicen que los espíritus de los muertos viven allí. Puedo creerlo; es un lugar ideal para los demonios. Creo que soy el primero en recorrer el área a fondo. No importa cómo llegué allí. Vine del sur el verano pasado. Verás, tenía la idea de que había oro en ese país.
»El lugar donde finalmente me instalé fue en un pequeño valle en una de las ramas del Tukuvuk, entre dos cadenas de colinas que corren desde quinientos, hasta quizás tres mil pies de altura. Era un lugar desordenado, todo lleno de basura, como si al Señor le sobraran algunos trozos considerables de cosas y simplemente los arrojara allí para estar fuera del camino.
»Pero el oro estaba allí; casi podía olerlo. Había estado obteniendo un bonito color en mi sartén; eso fue lo que me hizo decidir quedarme. Llegué allí a mediados de julio. Lo que encontré indicaba que había una veta rica. Si pudiera localizarla, eso pensé, no tendría que preocuparme nunca más por el dinero.
»Con esas ideas en la cabeza no advertí que la temporada se estaba terminando, pero había traído suficiente comida para el invierno, así que eso no me importó demasiado. Solo necesitaba conseguir algún tipo de refugio sobre mi cabeza, así que me dispuse a levantar cabaña, ya sabes, modesta, de una habitación de doce por doce. Corté la madera en las laderas con mi hacha. Nada elegante, pero lo suficientemente acogedora.
»Al terminar ya tenía el invierno encima, pero no pude resistir la tentación de intentar, una vez más, encontrar alguna última pepa. Supuse que encontraría algo en la ladera de cierta colina, a unos doscientos pies sobre el nivel del arroyo. Un glaciar fluyó por la ladera de esa colina a través de un pequeño barranco, y creí que el hielo, al derrumbarse, había arrastrado consigo el metal, y el arroyo lo dispersó. Esta teoría fue confirmada en cierta medida por el hecho de que mis mejores muestras siempre venían de un punto un poco por debajo de la conjunción del arroyo y el glaciar.
»Estaba nevando la mañana que tomé mi pala y comencé a subir por la ladera de la colina, manteniéndome al borde del glaciar. El hielo no era seguro; digamos, de unos quince pies de ancho. Pude ver que se enrollaba por la ladera de la colina hasta que se perdía de vista a través de una hendidura a unos trescientos metros de altura, probablemente alimentado por un lago allá arriba.
»Había subido la colina unos cien pies, siguiendo el borde del glaciar, cuando vi una mancha oscura en el borde del hielo. Estaba a unos dos pies debajo de la superficie. Limpié la película de nieve para mirar más detenidamente. El hielo era tan transparente como un cristal, de color azul. ¡Era el cuerpo de un hombre!
Hizo una pausa y me dio una rápida mirada. Quería ver cómo reaccionaba, supongo.
—El cuerpo de un hombre —continuó—. Y el hombre de aspecto más extraño que he visto en mi vida. Estaba acostado boca abajo y no pude mirarlo de frente en ese momento, pero sabía que era un hombre. Estaba cubierto de pelo, muy largo, como un... bueno, como un oso.
—¿Qué hiciste entonces? —pregunté.
—Me sorprendió tanto que dejé caer mi pala y miré la maldita cosa con los ojos casi saliendo de mi cabeza. No negaré que estaba un poco asustado, MacNeal.
»Bueno, me quedé allí mirando la cosa durante no sé cuánto tiempo. No se me ocurrió, entonces, preguntarme cómo llegó la cosa hasta allí. Ciertamente, la idea de fósiles u hombres prehistóricos no entró mi cabeza. No pensé mucho en nada, solo me quedé allí, boquiabierto.
»Me conoces, MacNeal; supongo que soy bastante blando en algunos aspectos. Una vez me detuve para enterrar a un perro muerto que encontré en el camino. Sabía que no descansaría hasta que cortara esa cosa fuera del glaciar y le diera un entierro decente. Además, no lo quería en el sitio donde pensaba volver a trabajar en la primavera.
»Así que volví a la cabaña y tomé mi hacha. Me tomó cerca de tres horas sacar la cosa del glaciar. Dime, MacNeal, ¿te imaginas lo que significó para mí sacar un cadáver de un glaciar al costado de una colina en este país lleno de demonios? No, no puedes, y esa es la verdad. Tendrías que pasar por eso mismo para saberlo. Fue un infierno. También lo que siguió ".
—¿Lo que siguió? —pregunté.
—Sí —respondió, y continuó—: Finalmente saqué la cosa, pequeños trozos de hielo se aferraron a ella, y la arrastré hasta la orilla, si es que un glaciar tiene orilla. Literalmente me congelé los dedos para sacarle esos pequeños trozos de hielo pegados al cabello largo. Una vez, en Dawson, había visto a un hombre salir del Yukón, con hielo pegado a él. Sin embargo, eso era diferente; en Dawson había una multitud de personas ayudando. Le di la vuelta a la cosa para ver cómo se veía de frente.
—¿Bien? —dije yo.
—¿Has visto simios, MacNeal?
—¿Esta cosa se parecía a eso? —pregunté, comenzando a conectar sus primeras preguntas raras con lo que me estaba diciendo—. ¡No lo dices en serio, Chris!
—Te lo digo —asintió solemnemente—. Un hombre mono, eso es lo que era. Más hombre que mono, si me preguntas. Por ejemplo, la cara era más plana que la de un mono, y la frente y la barbilla eran más pronunciadas. La nariz era chata, pero no era la nariz de un mono. Y las manos y los pies eran como los de un hombre. Oh, era un hombre, de acuerdo. Lo que me convenció, creo, fue el cuchillo agarrado en su mano.
—¿El cuchillo que tienes allí?
—Este mismo cuchillo —respondió.
—¿Entonces qué, Chris? —lo insté a continuar.
—Le eché un buen vistazo a esa cosa y luego me dirigí a mi choza. Sí, MacNeal, corrí, y no me da vergüenza decir eso. Me asustó: ojos bien abiertos, deslumbrantes, gruesos labios que insinuaban un conjunto de colmillos; en fin, de lo más desagradable que vi en la boca de un hombre o de una bestia. Además, la maldita cosa parecía viva. No es de extrañar que me haya aterrorizado. Habrías hecho lo mismo que yo: correr. Cualquiera lo haría.
»De vuelta en la cabaña, me senté en mi litera para pensar. Y fue mientras estaba sentado tratando de descifrarlo que recordé esa teoría sobre la caída de la tierra. Eso me dio una pista de lo que había ocurrido. Por supuesto, había oído hablar de fósiles y partes de esqueletos de hombres prehistóricos encontrados. ¿Había encontrado, no un fósil o una parte de un esqueleto, sino al hombre prehistórico mismo? Eso me dejó sin aliento. Si ese fuera el caso, mi nombre pasaría a la historia y me pedirían que diera conferencias ante las sociedades científicas y demás. Considéralo, MacNeal.
»Te digo que fue increíble. Allí estuve en este año de nuestro Señor, con el cadáver intacto de un hombre que había vivido Dios sabe cuántos siglos atrás. Ese cuerpo, entiende , bien podría ser la clave del misterio del origen de la humanidad. Posiblemente podría resolver la teoría darwiniana para siempre, de una forma u otra. Era un asunto bastante serio.
»Bueno, decidí preservar la cosa hasta que pudiera salir y hacer un informe del hallazgo. ¿Pero cómo preservarla? Por supuesto, si la hubiera dejado en el glaciar se habría mantenido indefinidamente, como una res en una heladera. Tenía miedo de volver a colocarlo en el glaciar y congelarlo nuevamente con agua que saqué del arroyo; ésta podría ejercer alguna acción química que arruinaría la cosa. Y si la dejaba reposar donde la nieve la cubriría, formaría una manta cálida y probablemente la descompondría, entonces no me quedaría más que el esqueleto. Quería salvar la cosa tal como la había encontrado; tal vez los científicos encontrarían una forma de embalsamarla.
»Finalmente llegué al plan de mantenerla en una bolsa de hielo. Te digo, fue un trabajo desagradable mantener esa cosa helada, y, para peor, el clima se mantuvo moderado durante un par de semanas. Luego, de repente, el mercurio en mi pequeño termómetro bajó a toda velocidad.
»¿Puedes imaginarme durmiendo en mi litera después de eso, con esa cosa apoyada contra la pared, afuera, a menos de dos pies de distancia? Por supuesto que no puedes. Me agotó los nervios, y más de una vez estuve a punto de cortar un agujero en el hielo y tirar la maldita cosa donde nunca la volvería a ver. Pero no, necesitaba cuidarla para la ciencia y obtener mi nombre en la historia; esa idea llegó a ser una obsesión. Sabía lo suficiente que si alguna vez le contaba a la gente la historia que te estoy contando ahora, sin alguna prueba de ello, se reirían.
—Sin duda —me burlé.
—Los días pasaron —continuó, ignorando mi comentario—, y cada vez más esa cosa me ponía nervioso. El sol se fue al sur, y de un día para otro nunca regresó. La noche interminable ya era lo suficientemente malo, pero cuando agregas la aurora boreal y los aullidos de los lobos, tienes una condición que quiebra la voluntad de un hombre. Además, había que pensar en ese horrible demonio.
»Estaba pensando en eso constantemente, y no podía dormir. Si cerraba los ojos, lo veía, de todos modos, y si me iba a dormir, tenía pesadillas. Entonces salía y me quedaba allí, a la luz de las estrellas o de la aurora, mirándolo. Me fascinó, pero la vista de la cosa me perturbó. Finalmente, comencé a llevar un garrote o mi rifle cada vez que iba a mirarla. Temía que la cosa cobrara vida y tratara de asesinarme con ese cuchillo.
»Y así fueron las cosas durante unos tres meses, quizás más. Mis pensamientos se volcaban constantemente sobre la cosa que estaba afuera.
»Entendí que eso no podría continuar, ya sabes. Una mañana me desperté con el peor dolor de cabeza que un hombre haya tenido jamás. Pensé que mi cabeza se abriría de par en par. Mi sangre era como hierro fundido que fluía por mis venas. Sabía qué era. Fiebre. Pensé y me preocupé por esa cosa afuera. Estaba tan débil como un gato, pero logré encender un buen fuego y llenar mi litera con todas las mantas y pieles que tenía. Solo esperaba no morirme de frío cuando se apagara el fuego.
»No bien me puse todo encima en la litera cuando las cosas se salieron de su curso. No puedo decir positivamente qué es lo que sucedió durante unos días después de eso. Recuerdo, sin embargo, períodos esporádicos de racionalidad. Creo que una vez me levanté para poner más leña en el fuego. Otra vez vi esa cosa en la puerta sonriéndome como el demonio que era. Disparé con mi rifle. El disparo no pudo haber sido una ilusión, luego encontré una bala en la puerta. Pero la puerta todavía estaba cerrada contra los lobos y no había huellas en la nieve afuera.
Bonner hizo una pausa para encender su pipa y luego continuó:
—No sé exactamente cuánto tiempo estuve fuera de mis cabales. Me había enrollado el reloj antes de meterme en la litera la primera vez, y recuerdo que lo volví a enrollar cuando me levanté para prender leña al fuego. Estaba bastante deteriorado. Pasaron cuarenta horas. Debí haber estado loco por unos cuatro días.
»Bueno, ya había tenido suficiente de hombres prehistóricos dando vueltas por la cabaña para entonces. Deje que la ciencia se vaya al diablo; estaba decidido a deshacerme de esa cosa de la manera más rápida posible. Y la forma más rápida, pensé, sería calentar el cadáver para que se descompusiera rápidamente, luego lo pondría afuera donde los lobos y los cuervos recogerían los huesos. Los científicos tendrían que estar satisfechos con el esqueleto.
»Así que encendí un gran fuego en la chimenea y puse la cabaña bien caliente, luego salí y traje el cadáver. Me enfermé del estómago al realizar ese trabajo, pero era la única manera. No tenía el corazón para dejar la cosa afuera y encender un fuego en la intemperie. Intento respetar a los muertos, incluso si el cadáver es el de un hombre que había muerto varios miles de años atrás, y parecía más un animal que un ser humano.
»Dejé la cosa en el piso frente a la chimenea, luego me senté en la litera a esperar. Lo miré muy de cerca, porque, estando muerto tanto tiempo, pensé que cuando se calentara y comenzara a descomponerse se haría mantequilla, o algo así. No quería que la choza oliera muerto. Probablemente pasó media hora, y de repente vi que la cosa temblaba...
—Detente —interpuse.
—Espera —dijo Bonner bruscamente—. Se estremeció; no mucho, pero lo suficiente como para notarlo. Eso me perturbó. Luego razoné que cualquier cosa que se descongele de ese modo naturalmente temblaría un poco. Tal vez pasaron otros quince o veinte minutos, luego, una de las piernas se movió, casi imperceptiblemente. Recuerda, allí estaba yo, en esas colinas, solo con esa cosa. Era bastante susceptible a influencias extrañas. De todos modos, la pierna se movió y...
—Se sentó y pidió un trago de agua —no pude evitar el comentario.
Bonner continuó, sin prestar atención a mi sarcasmo. Parecía estar hablando en voz alta para sí mismo:
—Lo observé como un halcón durante algún tiempo después de eso, luego, como ya no lo vi moverse, salí para sacar más leña para el fuego y refrescar mis pulmones con algunas bocanadas de aire frío. La cabaña era como el interior de un horno. Cuando entré de nuevo vi que la maldita cosa se había volcado de espaldas.
»Y también hubo un cambio en los ojos; tenían una especie de mirada medio despierta en ellos; una mirada más viva. ¡Y respiraba! ¡Sí, respiraba! La cosa no me vio cuando entré y cerré la puerta, no sé por qué, pero aparentemente no lo hizo. Y, créeme o no, la mano que había sostenido el cuchillo estaba abierta, y el cuchillo estaba tirado en el piso al lado del cuerpo.
»¿Loco? ¡Te digo que no! Estaba tan cuerdo como ahora. Te digo que vi estas cosas con mis propios ojos; las vi tan claras como te veo a ti ahora. Veo que no me crees, MacNeal. Oh, bueno, no te culpo; a veces ni yo mismo lo creo del todo.
Lanzó una pequeña risa.
—Pero ahí estaba, tal como te lo digo. Cuando vi que la cosa se había volcado sobre su espalda dejé caer la madera que tenía bajo el brazo. El golpe en el suelo la sobresaltó. No necesitas mirarme de ese modo; te digo que lo hizo. ¡Lo juro! ¡Allí estaba, agazapada como una pantera, con los ojos brillantes! Sus labios se contrajeron contra las encías y los colmillos amarillos aparecieron. ¿Puedes imaginarlo? No, no puedes.
Bonner hizo un gesto expresivo con una mano.
—Notable, pero la cosa aún no me había visto. Estaba mirando el fuego; estaba medio girada hacia mí para que pudiera ver eso. De repente, gritó en una galimatías extravagante y estiró un brazo hacia la chimenea. Supongo que nunca había visto fuego antes, no de ese modo al menos; y probablemente no sabía lo que era. Naturalmente, lo único que consiguió fue quemarse el brazo. El pelo largo chisporroteaba y se enroscaba, emitiendo un hedor espantoso. Entonces saltó hacia atrás con un gruñido, escupiendo ese extraño balbuceo. Hablaba, supongo que era eso; sonaba como si saliera de su vientre, como cerdos gruñendo.
»Te digo, MacNeal, que en este punto estaba bastante aturdido. Pero me quedaba el instinto de tratar de ayudarme a mí mismo. Mi rifle estaba apoyado contra la litera e hice un rápido movimiento hacia él. Entonces, aparentemente, la cosa me vio por primera vez. La forma en que me miró con esos ojos brillantes fue una advertencia. No me detuve a discutir; agarré el rifle, lo levanté y disparé. La bala lo alcanzó en el tórax, un poco a la izquierda. La sangre. brotó. Por supuesto que no lo crees. Pero te digo que la sangre brotó del pecho de una cosa que había estado congelada en un glaciar durante miles de años.
»No tuve tiempo de disparar de nuevo. Y el olor, ¡Dios! Esa cosa olía a carroña; casi me sofoca su hedor. Quizás sabes cómo apesta la jaula de un animal salvaje si no se limpia durante una semana o dos. Esta cosa olía así, solo que peor. Todavía puedo olerlo. ¡Señor!
Bonner arrugó la nariz y se estremeció.
—Pero allí estábamos, la cosa que hacía esos ruidos guturales y olía a mil montañas de basura. Tenía la fuerza de diez hombres; lo sentí. Me arrancó el rifle y dobló el cañón como si fuera de manteca. Me refiero al cañón de un rifle Winchester, calibre treinta y ocho; lo dobló tan fácilmente como tú o yo doblaríamos un trozo de alambre de cobre.
»Luchamos como un par de gatos salvajes por toda la cabaña. Sabes, yo tampoco soy un hombre delicado, MacNeal, cuando se trata de una pelea; pero esa cosa me dominó como a un bebé. Pude ver mi final, en serio. Nos revolcamos por el suelo. Pateamos el fuego y esparcimos brasas por todo el lugar. La cabaña se incendió.
»Estaba a punto de entregarme a mi destino cuando mi mano cayó accidentalmente sobre el mango del cuchillo, que había caído al suelo. Me aferré a él y le clavé la hoja hasta la empuñadura, varias veces.
—¿Ese cuchillo? —pregunté.
—Este cuchillo —respondió Bonner—. Todavía tiene sangre seca, pero creo que fue realmente la bala la que hizo el trabajo. Debe haber cortado una arteria o algo así. De todos modos, la sangre brotaba a borbotones del pecho de la cosa; me empapó las manos, las volvió resbaladizas. Sabía que la cosa no podía derramar sangre de esa manera y seguir adelante; eso es lo que me dio fuerzas para seguir luchando. Y, como digo, creo que fue la bala la que hizo el trabajo a largo plazo. Un golpe de suerte, de lo contrario no estaría aquí ahora.
»Sentí que la cosa perdía energías. Su agarre comenzó a debilitarse. Vi mi oportunidad y levanté una rodilla, rompí el agarre, y la pateé. Se tambaleó un momento, agarrándose el pecho con sus manos ensangrentadas, rechinando los colmillos y mirándome con ojos homicidas; luego se desplomó contra el suelo y las llamas lo alcanzaron.
»Vi lo suficientemente claro que no había posibilidad de salvar la cabaña, así que agarré lo que pude, algo de comida, ropa y mantas. No recuerdo haber puesto el cuchillo en mi bolsillo, pero ahí es donde lo encontré más tarde. La cabaña se redujo a cenizas, y la cosa se quemó con ella; probablemente no haya quedado ni un hueso. Los científicos no tendrán su tesoro, me temo, y el misterio de la humanidad quedará sin resolver.
»No me detuve a pensar demasiado, por supuesto; mi trabajo consistía en sobrevivir. Sabía acerca de este pueblo así que me encaminé hacia aquí. Cómo llegué, no lo sé; este es un país terrible para andar a la intemperie en invierno. Había llevado a mis diez perros esquimales a la deriva cuando llegué al valle donde sucedió todo lo que acabo de contarte; no tenía la comida para mantenerlos en marcha. Tenía que caminar.
»Y eso es todo, MacNeal. Puedes decir lo que quieras; sé lo que vi con mis propios ojos y no puedes cambiar mi opinión al respecto. ¿Animación suspendida? Sí, durante un período que abarca muchos siglos. Sería un bueno que pudiésemos imaginar lo que sucedió en el pasado, cuando la cosa se congeló.
»Tal vez veríamos a un hombre, un hombre que era mitad simio, cruzando un arroyo con un cuchillo en la mano en el camino para asesinar a un enemigo que dormía en la orilla opuesta. Luego, de repente, algo sucedió, las condiciones climáticas en esos días quizás cambiaron lo suficientemente rápido como para congelar las cosas en un instante. Ahora que lo pienso, las cosas se mantienen en las garras del hielo tal como el polvo y la lava los conservaron a la gente de Pompeya.
»¿Quién puede decir realmente lo qué pasó? Todo es posible. No sabemos las condiciones de esos días. De todos modos, llego yo, aquí, miles de años después, y desentierro a un hombre, con un cuchillo en la mano, fuera de un glaciar. Caliento su cuerpo para descomponer la carne y, en lugar de eso, vuelve a la vida y tengo que matarlo. Ha estado hibernando en un glaciar durante siglos. No sé qué pensar al respecto .
Bonner volvió a llenar y encendió su pipa, luego me miró inquisitivamente.
—Chris —le dije—, con franqueza debo decir que no creo una palabra de lo que has contado. Me dices que estuviste loco por unos días. Eso lo explicaría todo. Fiebre o algo así, Lo imaginaste, en una horrible pesadilla, y luego lo recordaste como un hecho real.
Parecía herido. Miró fijamente el cuchillo en su mano por un largo rato, luego me lo alcanzó. Sus ojos estaban clavados en los míos.
—Entonces —preguntó—, ¿dónde demonios conseguí este cuchillo?
G.A. Wells (¿?)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli)
Relatos góticos. I Relatos pulp.
Más literatura gótica:
- Relatos de Ghouls.
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- Relatos sobrenaturales.
- Relatos fantásticos.
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La teoría de la locura sería muy probable, tendría mucho sentido, de no ser por el cuchillo.
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