«El Ghoul»: Clark Ashton Smith; relato y análisis.
El Ghoul (The Ghoul) es un relato de vampiros del escritor norteamericano Clark Ashton Smith (1893-1961), publicado originalmente en la edición de enero de 1934 de la revista The Fantasy Fan, y luego reeditado de manera póstuma en la antología de relatos pulp de 1970: Otras dimensiones (Other Dimensions).
El Ghoul, uno de los grandes relatos de Clark Ashton Smith, regresa sobre la leyenda de los Ghouls, aquella tenebrosa raza de vampiros que se caracteriza por frecuentar los cementerios y alimentarse de cadáveres.
El cuento vincula la leyenda de los Ghouls con la historia del califa Vathek (Vathek), de William Beckford; lo cual, a su vez, integra este clásico de la novela gótica con los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft, y más concretamente con el Necronomicón, ya que El Ghoul es, además de un notable relato de terror, probablemente una de las mejores colaboraciones de Clark Ashton Smith en los Mitos de Cthulhu.
El Ghoul.
The Ghoul, Clark Ashton Smith (1893-1961)
Durante el reinado del califa Vathek, un joven de buena familia y reputación, llamado Noureddin Hassan, fue conducido ante el Cadi Alimed ben Becar de Bassorah. Pero Noureddin era un joven atractivo, de mente abierta y aspecto gentil; y grande fue el asombro del Cadi y de los demás presentes cuando escucharon los cargos que se habían elevado contra él. Estaba acusado de haber asesinado a siete personas, una a una, en siete noches sucesivas, y de haber abandonado los cadáveres en un cementerio próximo a Bassorah, donde fueron encontrados tendidos, con sus miembros devorados de un modo espantoso, como por chacales.
En cuanto a la gente que se suponía que había matado, tres eran mujeres, dos mercaderes errantes, uno un mendigo, y otro un sepulturero.
Abmed ben Becar estaba henchido por los conocimientos y la sabiduría de honorables años, y poseía además una gran perspicacia. Pero estaba profundamente perplejo por la extrañeza y atrocidad de aquellos crímenes y por el apacible comportamiento y aparente buena casta de Noureddin Hassan, que no casaban en modo alguno con los crímenes. Escuchó en silencio el testimonio de los testigos que habían visto, en la víspera, a Noureddin transportar sobre sus hombros el cuerpo de una mujer hacia el cementerio; y otros que, en similares ocasiones, le habían observado rondar por el vecindario a horas indecorosas a las que sólo los ladrones y asesinos merodean.
Entonces, habiendo considerado todo aquello, interrogó al joven con amabilidad.
—Noureddin Hassan —le dijo—. Habéis sido acusado de unos crímenes que exceden lo obsceno, y que contradicen vuestro porte y linaje. ¿Existe una explicación a estos sucedidos con la cual deseéis exculparos, o en alguna medida mitigar estos hechos, en caso de que seáis culpable? Os conmino a contarme la verdad en este asunto.
Ahora, Noureddin Hassan se alzó ante el Cadi; y el peso de su vergüenza y pesar eran visibles en su semblante.
—Ay de mí, Oh Cadi —contestó—, pues los cargos que han sido presentados contra mí son, en verdad, ciertos. Fui yo, y ningún otro, quien mató a aquella gente; y no puedo ofrecer atenuante alguno a mis actos.
El Cadi quedó aturdido y entristecido al escuchar esta respuesta.
—Debo, por fuerza, creeros —dijo severamente—. Pero habéis confesado una cosa que hará de vuestro nombre, de ahora en adelante, una abominación ante los oídos y las bocas de los hombres. Os ordeno que me digáis por qué fueron cometidos esos crímenes, y qué ofensas os habían infringido esas personas, o qué daño os habían hecho; o si quizás les matásteis por dinero, como un ratero común.
—Ni ofensa ni daño alguno me causaron —replicó Noureddin—. Y no les maté por dinero, posesiones o apariencia, pues no tengo necesidad de tales cosas, y, aparte de eso, siempre he sido un hombre honesto.
—Entonces —gritó Ahmed ben Becar, intrigado—, ¿cuál fue la razón, si no fue ninguna de esas?
Ahora, el rostro de Noureddin Hassan acusó un mayor pesar; e inclinó la cabeza de una manera avergonzada que revelaba su profundo remordimiento. Y, permaneciendo así ante el Cadi, narró su historia:
Los reversos de la fortuna, Oh Cadi, son rápidos y penosos, y van más allá de las posibles advertencias del hombre. ¡Ay! Hará menos de quince días era yo el más feliz y el menos culpable de los mortales, sin pensamiento alguno de hacer daño a nadie. Estaba casado con Amina, la hija del mercader de joyas Aboul Cogia; y la amaba tan profundamente como ella, a su vez me amaba a mi; y además preparábamos, por aquel tiempo, el nacimiento e nuestro primer hijo. Yo había heredado de mi padre una rica hacienda y muchos esclavos; los pesares de la vida eran mera luz sobre mis hombros; y tenía, a todas luces, todas las razones para contarme a mi mismo entre aquellos que Alá ha bendecido, con un anticipo del paraiso en la tierra.
Juzga, entonces, la excesiva naturaleza de mi desgracia cuando Amina murió en el momento de dar a luz. Desde ese momento, en el terrible extremo de mi lamento, fui como alguien privado de luz y conocimiento; fui sordo a todos aquellos que desearon consolarme, y ciego a sus amistosos servicios. Tras enterrar a Amina mi pesar se tornó verdadera locura, y vagué de noche, hacia su tumba del cementerio cercano a Bassorah y me arrojé al suelo, postrándome ante la lápida recién escrita, sobre la tierra que había sido removida ese mismo día. Mis sentidos me abandonaron, y no supe cuánto tiempo había estado sobre el húmedo barro bajo los cipreses, mientras el haz de una luna decreciente se alzaba en el cielo.
Entonces, en mi estupor y abandono, escuché una terrible voz que me impelió a levantarme del suelo en el que me hallaba tendido. Y elevando un poco mi cabeza, vi un espantoso demonio de gigantesca frame y estatura, con ojos de fuego escarlata bajo una frente tosca como una raiz embrollada, y colmillos que sobresalían de una cavernosa boca, y dientes negros, como la tierra, más largos y afilados que los de la hiena.
Y el demonio me dijo:
—Soy un ghoul, y es mi oficio devorar los cuerpos de los muertos. He venido ahora a reclamar el cadáver que ha sido enterrado hoy bajo el suelo sobre el que yaces de ese modo tan grosero. Vete, pues no he llantado desde ayer por la noche, y estoy muy hambriento.
Fue entonces, a la vista de este demonio, ante el sonido de su terrorífica voz, y ante el aún más terrorífico significado de sus palabras, que estuve a punto de desmayarme de terror sobre el frío barro. Pero me recuperé de algún modo, y encarándome a él, le dije:
—Olvidad esta tumba, os lo imploro; pues la que yace enterrada en su interior, es más querida para mi que cualquier otro mortal viviente; y no desearía que su hermoso cuerpo fuera el sustento de un sucio demonio como vos.
En este punto el ghoul se enfadó, y pensé que podría hacerme algún daño físico. Pero de nuevo me encaré a él, invocando a Dios con muchos solemnes juramentos de que le garantizaría algo comestible y le haría cualquier favor que estuviera en manos de un hombre realizar, si dejaba intacta la recién cavada tumba de Amina.
Y el ghoul se apaciguó de alguna manera, y dijo:
—Si deseáis, de hecho, hacerme un cierto servicio, haré lo que habéis pedido.
Y yo contesté:
—No hay servicio, sea cual sea su naturaleza, que no hiciera yo por vos, por esta causa; y os ruego que me digáis vuestros deseos.
Dijo entonces el ghoul:
—Esto es: que me traigáis cada noche, durante ocho noches sucesivas, el cuerpo de alguien a quien halláis matado por vuestra propia mano. Haced esto, y ni devoraré ni desenterraré el cuerpo que yace enterrado allí abajo.
Fui embargado entonces por el más absoluto horror y desesperación, pues me había comprometido por mi honor a garantizar al ghoul su espantosa petición; y le supliqué que cambiase los términos de nuestro pacto, diciendole:
—¿Os es necesario, oh comedor de cadáveres, que los cuerpos sean los de gente a quién yo mismo haya matado?
Y el ghoul dijo:
—Si, pues los demás serían como mi comida habitual, o la de cualquiera de mi clase. Os conmino por la promesa que me habéis dado, a que vengáis aquí mañana por la noche, cuando la oscuridad ha caído por completo, o poco despues, según podáis, trayéndome el primero de los ocho cuerpos.
Diciendo esto, se alejó entre los cipreses, y comenzó a cavar en otra tumba reciente a poca distancia de la de Amina.
Abandoné el cementerio en un estado de mayor angustia que cuando entré, pensando en lo que tendría que hacer para cumplir mi maldita promesa, para preservar el cuerpo de Amina, de ese demonio. No sé cómo sobreviví al día siguiente, abrumado como estaba entre el pesar por la muerte y mi horror por la noche venidera, con su repugnante tarea. Cuando la oscuridad hubo descendido, salí a acechar en una solitaria carretera cercana al cementerio; y esperando allí, entre las largas ramas de los árboles, asesiné al primer caminante con una espada y transporté su cuerpo al punto acordado con el ghoul.
Y cada noche siguiente, durante seis noches más, regresé al mismo lugar y repetí este hecho, matando siempre al primero que venía, ya fuera hombre o mujer, o mercader o mendigo o enterrador. Y el ghoul me esperaba en cada ocasión, y comenzaba a devorar a su provender en mi presencia, con un breve agradecimiento y escasa ceremonia.
Siete personas maté en total, hasta que sólo una faltaba para completar el número acoradado; y la persona que maté anoche fue una mujer, tal como el testigo ha narrado. Todo esto lo hice con la mayor repugnancia y rechazo, y sostenido únicamenente por el recuerdo de mi palabra dada, y por el destino que caería sobre el cuerpo de Amina si yo rompiera el trato.
Esta, Oh Cadi, es toda mi historia.
¡Ay de mi! Pues de estos lamentables crímenes no me he beneficiado, y he fallado por completo en mantener mi acuerdo con el demonio, que sin duda esta noche, consumirá el cuerpo de Amina en lugar del otro cuerpo que aún necesitaba. Me resigno a vuestro juicio, Oh Ahmed ben Becar, y no os imploro más piedad que la muerte, con la que terminaré tanto mi pesar como mi remordimiento.
Cuando Noureddin Hassan hubo terminado su narración, el asombro de todos los que lo habían escuchado fue verdaderamente incrementado, pues nadie recordaba haber escuchado un relato más extraño. Y el Cadi reflexionó un largo rato y entonces adoptó una decisión, diciendo:
—Debo por fuerza maravillarme de vuestro relato, pero los crímenes que habéis cometido no son por ello menos atroces, y el mismo Iblis retrocedería horrorizado ante ellos. Por otra parte, debería tenerse en cuenta el hecho de que le dísteis vuestra palabra al ghoul y los hechos fueron consumados para cumplir su demanda, sin importar lo horrible de su maturaleza. Y tengo además en consideración vuestro pesar de esposo, que os impelió a defender del demonio, el cuerpo de vuestra mujer. Por ello, no puedo juzgaros culpable, aunque sé que el castigo que sería apropiado en un caso tan atroz, no tendría parangón. Por lo tanto, os dejo libre, con esta orden, que expieis vuestros crímenes de la manera que mejor consideréis, y que apliquéis la justicia a vos mismo y a otros, en la medida de lo posible."
—Os agradezco vuestra piedad —replicó Noureddin Hassan; y entonces se partió de la corte ante el gran asombro de todos los presentes.
Se produjo un gran debate en cuanto se hubo ido, y muchos estaban prestos a cuestionar la sabiduría de la decisión del Cadi. Había quienes mantenían que Noureddin debería haber sido sentenciado a muerte sin demora por sus abominables actos aunque otros argüían sobre la santidad de su palabra dada al ghoul, que le exculpaba del todo, o en parte.
Y se contaron historias y se citaron casos concernientes a los hábitos de los ghules y las extrañas obligaciones de los hombres que habían sorprendido a dichos demonios en sus búsquedas nocturnas. Y de nuevo la discusión retornó a Noureddin, y el veredicto del Cadi fue de nuevo atacado y defendido con distintos argumentos. Pero ante todo aquello, Ahmed ben Becar permaneció en silencio, diciendo unicamente:
—Esperad, pues este hombre rendirá justicia ante sí mismo y ante los demás implicados, tan pronto como le sea posible.
Y, de hecho, así ocurrió, pues a la mañana del siguiente día, otro cuerpo fue encontrado en el cementerio cerca de Bassorah, yaciendo medio devorado sobre la tumba de la mujer de Noureddin Hassan, Amina. Y el cuerpo era el de Noureddin, que se acuchilló a sí mismo, para, no sólo cumplir de este modo la orden del Cadi sino para, también, mantener su promesa con el ghoul proveyéndole del numero acordado de cadáveres.
Clark Ashton Smith (1893-1961)
Relatos góticos. I Relatos de Clark Ashton Smith.
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El final era predecible; sin embargo, lo disfrute bastante.
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