«Casas embrujadas»: Longfellow; poema y análisis.
«Todas las casas donde los hombres
han vivido y muerto son casas embrujadas.»
han vivido y muerto son casas embrujadas.»
Casas embrujadas (Haunted Houses) es un poema gótico del escritor norteamericano Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882), publicado originalmente en la antología de 1858: Aves de paso (Birds of Passage).
Casas embrujadas, uno de los poemas de Longfellow menos conocidos, elabora una idea que luego sería ampliada por la parapsicología, particularmente en la Teoría de la Cinta de Piedra: cada casa habitada por un ser humano conserva rastros de su presencia, incluso después de su muerte [ver: Espíritus que no abandonan su antigua casa]. En este contexto, Longfellow sostiene que todas las casas están inherentemente embrujadas, no por espíritus malignos, sino por los recuerdos e impresiones de sus habitantes pasados:
Todas las casas donde los hombres han vivido y muerto
son casas embrujadas. Por las puertas abiertas
se deslizan inofensivos fantasmas en sus quehaceres,
con pies que no hacen ruido sobre el suelo.
Los encontramos en la puerta, en la escalera,
a lo largo de los pasillos por donde van y vienen,
impresiones impalpables en el aire,
una sensación de algo que se mueve de un lado a otro.
son casas embrujadas. Por las puertas abiertas
se deslizan inofensivos fantasmas en sus quehaceres,
con pies que no hacen ruido sobre el suelo.
Los encontramos en la puerta, en la escalera,
a lo largo de los pasillos por donde van y vienen,
impresiones impalpables en el aire,
una sensación de algo que se mueve de un lado a otro.
Los fantasmas de Longfellow se mueven silenciosamente por los espacios de la casa, dejando «impresiones impalpables en el aire» [ver: Señales de que hay un espíritu en tu casa]. Más adelante, el poeta destaca la coexistencia pacífica de estos espíritus con los ocupantes vivos, pero el aspecto más interesante de Casas embrujadas es cómo estos fantasmas, en términos de energía residual que queda impregnada en el lugar, son indetectables para los extraños. Sólo pueden sentirlos aquellos que tienen una conexión más profunda con la casa.
El extraño junto a mi chimenea no puede ver
las formas que veo ni oír los sonidos que escucho;
sólo percibe lo que es, mientras que para mí
todo lo que ha sido es visible y claro.
las formas que veo ni oír los sonidos que escucho;
sólo percibe lo que es, mientras que para mí
todo lo que ha sido es visible y claro.
Longfellow explora la idea de que los fantasmas aún conservan un sentido de propiedad sobre la casa, a pesar de su ausencia física [«desde tumbas olvidadas, extienden sus manos polvorientas y se aferran a sus antiguas propiedades»]. El poeta añade que no tenemos «títulos» que puedan prevalecer sobre los «dueños y ocupantes de fechas anteriores». En otras palabras, la verdadera propiedad de una casa es adquirida cuando uno ha vivido en ella [ver: Psicología de las casas embrujadas]
Esta reflexión sobre la idea de propiedad es interesante: a pesar de las escrituras y los contratos, los espíritus de los antiguos habitantes de una casa aún tienen derecho a quedarse. La ley de los vivos no tiene jurisdicción sobre ellos. Si esto fuera correcto, es comprensible que existan tantos rituales de destierro, exorcismos y otros ritos para desalojar a los espíritus de una casa. Sencillamente tienen derecho a quedarse, y para que no lo hagan deben ser expulsados.
Por supuesto, los fantasmas de Casas embrujadas no son los espíritus furiosos o traviesos del fenómeno poltergeist, que en última instancia buscan hacer daño. Son personas que recordamos con afecto, por eso nunca podremos desalojarlas del todo de los espacios donde esos recuerdos se originaron.
Longfellow presenta el mundo espiritual como una atmósfera sutil, etérea, que se entrelaza con el mundo material, influyendo constantemente en nuestras vidas. La «casa», entonces, es un territorio intermedio entre los mundos espiritual y terrenal; un espacio de encuentro, incluso, entre el pasado y el presente, entre vivos y muertos.
No estoy seguro si Longfellow pretende tranquilizarnos con su descripción de los fantasmas que se dedican apaciblemente a sus «quehaceres» cotidianos. Por un lado, es una visión desoladora de la muerte, con estos espíritus todavía atados al plano físico; por el otro, elabora un escenario donde no existe una separación real con nuestros seres queridos que han fallecido. Siguen ahí, en casa, ocupados de sus propios asuntos. Sin embargo, el final de Casas embrujadas provoca un escalofrío en el lector cuando empezamos a preguntarnos si nosotros podremos cruzar el «puente de la luz», o si, de lo contrario, terminaremos para siempre en el «tenebroso abismo»:
Así desde el mundo de los espíritus desciende
un puente de luz que lo conecta con éste,
sobre cuyo suelo inestable, que se balancea y se dobla,
vagan nuestros pensamientos sobre el tenebroso abismo.
un puente de luz que lo conecta con éste,
sobre cuyo suelo inestable, que se balancea y se dobla,
vagan nuestros pensamientos sobre el tenebroso abismo.
Los fantasmas de Longfellow son los recuerdos de las personas que han vivido en una casa. Por eso no dan miedo [la mayoría de las veces] y se mueven silenciosamente. Uno puede sentir sus presencias aunque no dejan señales físicas. Los fantasmas, como los recuerdos, continúan con sus «quehaceres» cotidianos como si estuvieran vivos, es decir, se repiten en las actividades a través de las cuales el Orador los recuerda moviéndose por la casa [ver: ¿Los fantasmas saben que están muertos?]. Son «impresiones» en el aire, como si de algún modo estuvieran grabados en el lugar. En realidad, están grabados en la memoria de los vivos, y la activación y reproducción de estos recuerdos ocurre en el escenario donde se forjaron en primer lugar [ver: ¿Los fantasmas son «grabaciones» impresas en la realidad?]
En este contexto, el Orador imagina que, cuando los vivos se reúnen en la casa, hay más «comensales a la mesa» de los que podemos ver. Estos invitados adicionales son los fantasmas/recuerdos de los antiguos habitantes, que participan sin molestar a nadie. Se los compara con «cuadros en la pared»: silenciosos, inofensivos, pero presentes. El visitante ocasional de la casa no puede ver ni oír a estos fantasmas, precisamente porque no tiene recuerdos de ellos. Su mente está anclada en el espacio presente, donde solo hay personas vivas; es la consciencia del pasado lo que nos permite sentir la presencia de quienes alguna vez vivieron allí.
Si bien Longfellow no tiene ninguna intención de elaborar una investigación paranormal, Casas embrujadas explora al menos tres tropos comunes de la parapsicología:
a- Los fantasmas existen en una dimensión sutil, etérea, que se superpone a nuestra dimensión física, y continúan con sus actividades normales.
b- Mantienen una fuerte conexión con un espacio físico determinado.
c- Continúan ejerciendo su influencia sobre personas sensitivas.
Casas embrujadas.
Haunted Houses, Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Todas las casas donde los hombres han vivido y muerto
son casas embrujadas. Por las puertas abiertas
se deslizan inofensivos fantasmas en sus quehaceres,
con pies que no hacen ruido sobre el suelo.
Los encontramos en la puerta, en la escalera,
a lo largo de los pasillos por donde van y vienen,
impresiones impalpables en el aire,
una sensación de algo que se mueve de un lado a otro.
Hay más comensales a la mesa de los que invitamos,
el salón iluminado está atestado
de tranquilos y amables fantasmas,
tan silenciosos como los cuadros en la pared.
El extraño junto a mi chimenea no puede ver
las formas que veo ni oír los sonidos que escucho;
sólo percibe lo que es, mientras que para mí
todo lo que ha sido es visible y claro.
No tenemos títulos sobre casas ni tierras;
dueños y ocupantes de fechas anteriores,
de tumbas olvidadas, extienden sus manos polvorientas
y se aferran a sus antiguas propiedades.
El mundo espiritual alrededor de este mundo de los sentidos
flota como una atmósfera, y por todas partes
respira a través de estas nieblas y vapores terrenales
un soplo vital de aire más etéreo.
Nuestras pequeñas vidas se mantienen en equilibrio
gracias a atracciones y deseos opuestos:
la lucha entre el instinto que disfruta
y el instinto más noble que aspira.
Estas perturbaciones, este perpetuo alboroto
de deseos y terrenales aspiraciones,
provienen de la influencia de una estrella invisible,
de un planeta no descubierto en nuestro cielo.
Y como la luna, desde algún oscuro portal de nubes
arroja sobre el mar un puente flotante de luz,
a través de cuyos tablones temblorosos nuestras fantasías
se agolpan en el reino del misterio y la noche,
Así desde el mundo de los espíritus desciende
un puente de luz que lo conecta con éste,
sobre cuyo suelo inestable, que se balancea y se dobla,
vagan nuestros pensamientos sobre el tenebroso abismo.
Poemas góticos. I Poemas de Henry Wadsworth Longfellow.
Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Longfellow: Casas embrujadas (Haunted Houses), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
de un planeta no descubierto en nuestro cielo.
Y como la luna, desde algún oscuro portal de nubes
arroja sobre el mar un puente flotante de luz,
a través de cuyos tablones temblorosos nuestras fantasías
se agolpan en el reino del misterio y la noche,
Así desde el mundo de los espíritus desciende
un puente de luz que lo conecta con éste,
sobre cuyo suelo inestable, que se balancea y se dobla,
vagan nuestros pensamientos sobre el tenebroso abismo.
All houses wherein men have lived and died
Are haunted houses. Through the open doors
The harmless phantoms on their errands glide,
With feet that make no sound upon the floors.
We meet them at the door-way, on the stair,
Along the passages they come and go,
Impalpable impressions on the air,
A sense of something moving to and fro.
There are more guests at table than the hosts
Invited; the illuminated hall
Is thronged with quiet, inoffensive ghosts,
As silent as the pictures on the wall.
The stranger at my fireside cannot see
The forms I see, nor hear the sounds I hear;
He but perceives what is; while unto me
All that has been is visible and clear.
We have no title-deeds to house or lands;
Owners and occupants of earlier dates
From graves forgotten stretch their dusty hands,
And hold in mortmain still their old estates.
The spirit-world around this world of sense
Floats like an atmosphere, and everywhere
Wafts through these earthly mists and vapours dense
A vital breath of more ethereal air.
Our little lives are kept in equipoise
By opposite attractions and desires;
The struggle of the instinct that enjoys,
And the more noble instinct that aspires.
These perturbations, this perpetual jar
Of earthly wants and aspirations high,
Come from the influence of an unseen star
An undiscovered planet in our sky.
And as the moon from some dark gate of cloud
Throws o’er the sea a floating bridge of light,
Across whose trembling planks our fancies crowd
Into the realm of mystery and night,—
So from the world of spirits there descends
A bridge of light, connecting it with this,
O’er whose unsteady floor, that sways and bends,
Wander our thoughts above the dark abyss.
Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882)
Are haunted houses. Through the open doors
The harmless phantoms on their errands glide,
With feet that make no sound upon the floors.
We meet them at the door-way, on the stair,
Along the passages they come and go,
Impalpable impressions on the air,
A sense of something moving to and fro.
There are more guests at table than the hosts
Invited; the illuminated hall
Is thronged with quiet, inoffensive ghosts,
As silent as the pictures on the wall.
The stranger at my fireside cannot see
The forms I see, nor hear the sounds I hear;
He but perceives what is; while unto me
All that has been is visible and clear.
We have no title-deeds to house or lands;
Owners and occupants of earlier dates
From graves forgotten stretch their dusty hands,
And hold in mortmain still their old estates.
The spirit-world around this world of sense
Floats like an atmosphere, and everywhere
Wafts through these earthly mists and vapours dense
A vital breath of more ethereal air.
Our little lives are kept in equipoise
By opposite attractions and desires;
The struggle of the instinct that enjoys,
And the more noble instinct that aspires.
These perturbations, this perpetual jar
Of earthly wants and aspirations high,
Come from the influence of an unseen star
An undiscovered planet in our sky.
And as the moon from some dark gate of cloud
Throws o’er the sea a floating bridge of light,
Across whose trembling planks our fancies crowd
Into the realm of mystery and night,—
So from the world of spirits there descends
A bridge of light, connecting it with this,
O’er whose unsteady floor, that sways and bends,
Wander our thoughts above the dark abyss.
Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Poemas góticos. I Poemas de Henry Wadsworth Longfellow.
Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Longfellow: Casas embrujadas (Haunted Houses), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
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