Los gusanos astrales de Catherine Crowe


Los gusanos astrales de Catherine Crowe.




Si hay algo que caracteriza a la invisibilidad es que no se trata de un fenómeno subjetivo. No basta sentirse invisible para serlo. El hecho debe ser corroborado por otros, y eso es precisamente lo que no ocurrió en uno de los casos de invisibilidad más ineficaces de la historia.

Catherine Crowe (1803-1876) fue una destacada escritora inglesa, autora de verdaderos clásicos del relato de terror y la literatura gótica, con la particularidad de haber descubierto, siempre en el ámbito de lo teórico, una de las criaturas más engañosas del plano astral.

En Kent, durante su adolescencia, Catherine Crowe se interesó en el ocultismo y el esoterismo. Luego contrajo matrimonio, fue sumamente infeliz, y escapó a Edimburgo, donde se establecería con un éxito literario significativo. Por aquellos años, más precisamente en 1848, escribiría un libro prohibido que cambiaría radicalmente su vida: El lado nocturno de la naturaleza (The Night Side of Nature).

Allí dejó de lado la ficción y se dedicó a investigar seriamente el tema de lo paranormal y lo sobrenatural, a veces enmascarando sus propias experiencias personales bajo anécdotas referidas por terceros. El libro tuvo un éxito rotundo, en especial debido a la verosimilitud con la que la autora encaró estos temas. Incluso Charles Dickens la clasificó como la mejor colección de historias macabras del siglo.

El lado nocturno de la naturaleza le trajo a su autora fama, fortuna, y una dosis peligrosa de locura, o de apertura mental, según como se quiera interpretar la historia.

En algunos pasajes del libro se hace referencia a ciertas criaturas desagradables del reino invisible: especie de larvas, parásitos o gusanos del plano astral, que se adhieren al cuerpo físico del ser humano y lo obligan a cometer actos contrarios al más elemental sentido del pudor.

Este descubrimiento se produjo durante la visita a una necrópolis, donde Catherine Crowe buscaba información para un capítulo dedicado a los cementerios embrujados. Según declaró más adelante: halló lo típico en el vasto anecdotario de los sepultureros, y lo extraordinario en sus propias sensaciones.

Al salir del cementerio supo que no estaba sola.

Algo indefinible la acompañaba, como un susurro casi inaudible o una sombra que se arrastra sigilosamente cuando encendemos la luz de una habitación. A esa voz, propia o proveniente de reinos desconocidos, le debemos el capítulo de El lado nocturno de la naturaleza dedicado a esos evasivos seres del plano astral que viven en los cementerios.

Con el paso de los años, la sensación de ser observada, de no estar sola en ningún momento, no solo acompañaron a Catherine Crowe en todo momento, sino que se intensificaron de tal modo que la condujeron a asumir actitudes casi delictivas para la época.

En 1854 empezó a vagar de noche por las calles, llevando como único atuendo un pañuelo en el cabello y un canasto con cartas. Esos paseos se convirtieron en un escándalo público, a tal punto que el mismísimo Charles Dickens, quizá la mayor celebridad literaria de la época, intervino en la discusión. El autor sostuvo que, en cierta ocasión, con motivo de una visita a la capital de Escocia, se cruzó en la calle con Catherine Crowe, quien iba vestida únicamente con su castidad.

Catherine Crowe repudió estas denuncias en varios periódicos locales, pero luego, tras ser arrestada mientras corría desnuda por las calles, se declaró culpable, no sin antes argumentar que se creía invisible debido a un acuerdo pactado con sus entrañables gusanos del plano astral.

Ese acuerdo, según su testimonio, fue el siguiente:

Estos seres le otorgarían toda la información requerida por la autora a propósito de su investigación, siempre que ella acordara entregar una serie de cartas a los familiares y deudos de los espíritus, naturalmente, condenados a vagar perpetuamente por el cementerio, quienes además le dictarían oportunamente las disculpas y rencores de rigor.

Debido a que la comisión de tales entregas era, por lo menos, un motivo de bochorno para una figura pública, los espíritus le aseguraron que la volverían invisible. No obstante, como todo el mundo sabe, la invisibilidad de las fibras textiles está más allá del poder de los fantasmas, de manera tal que Catherine Crowe debió salir desnuda para no ser vista.

Arrinconada por las críticas maliciosas, y por docenas de admiradores entusiasmados que patrullaban las calles con la esperanza de ver desnuda a su autora favorita, Catherine Crowe asumió una postura mucho más razonable frente al escándalo: se declaró loca.

Se internó en un manicomio y fue tratada con éxito. La sensación de estar siendo perseguida por los espíritus del cementerio fue sustituida por cierta nostalgia.

Crowe murió en Folkestone, en 1872, perfectamente lúcida. Décadas después, el investigador Montague Summers, en un curioso apéndice del libro: Relatos victorianos de fantasmas (Victorian Ghost Stories), sostuvo que Catherine Crowe nunca se liberó de aquellos espíritus del cementerio, y que, de hecho, simuló su recuperación, argumentando que nadie en su sano juicio parece tan cuerdo como lo estaba ella en sus últimos años. Además, añadió que su muerte coincide con la fecha de entrega de la última carta que le fue encomendada por los muertos.




Bestiario Astral. I Autores con historia.


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