La sangre en el paganismo y el cristianismo

La sangre en el paganismo y el cristianismo.

Los misterios de la fe son los misterios de la sangre, nos dice Zahed a través de Eliphas Levi. Por esta razón, todos los misterios religiosos son también misterios de la sangre.

No hay cultos sin sacrificios, reales o simbólicos, cuya virtud es la expiación de los pecados.

Los dioses de la antigüedad eran sedientos. Los demonios y vampiros la exigían como tributo a la inmortalidad. Semejante asociación fue metabolizada por el misterioso conde Joseph de Maistre, quien sostuvo que el suplicio suplicaba, que todo patíbulo es un complemento del altar, y que el verdugo, en realidad, es un sustituto del sacerdote.

Paracelso, en el Liber de Nymphis, sylphis, pygmaeis et salamandris et de caeteris spiritibus, sostiene que:


Del vapor de la sangre nace la fuente de dónde la imaginación extrae todos los fantasmas que engendra. Las visiones son el delirio de la sangre; es el agente secreto de las simpatías, propaga la alucinación como un sutil veneno; cuando se evapora su serum se dilata, sus glóbulos se hinchan, se deforman y dan cuerpo a las más extrañas fantasías.


Paracelso sostiene que aquel alimento de los dioses es quién engendra las fantasías, lo cual nos permite pensar que los individuos son meros vehículos, o cálices, para que la sangre se manifieste.

Más adelante, Paracelso especula que nadie (ni siguiera un H.P. Lovecraft o un E.A. Poe, añadimos nosotros) sería capaz de inventar los monstruos que la sangre hace brotar de las brumas de la imaginación.

Los sacerdotes y hechiceros de los antiguos cultos coincidían en adorar el líquido sagrado, y sobre todo en vertirlo profusamente. Todas las religiones ofrecen algún tipo de ofrenda relacionado con él. Y todos los dioses han degustado esos obsequios.

Moloch se diferencia de Jehová únicamente por carecer de ortodoxia. Recordemos que los monjes de la Edad Media se sangraban periódicamente, al igual que los sacerdotes de Baal.

Se ha dicho que el líquido sagrado es la madre de la tragedia: exige, maldice, induce oráculos; y, sobre todo, reclama sacrificios aún de personas probadamente racionales, tal como lo sugieren las palabras del juicioso Jerónimo en una carta a su discípulo Eliodoro:

Si tu padre se acuesta sobre el umbral de la puerta,
si tu madre descubre ante tu vista la fuente con la que os alimentó,
holla con los pies el cuerpo de tu padre,
pisotea la fuente,
y, con los ojos secos, acude al llamado del Señor.

No sólo el paganismo centró su culto en la sangre. Abel, primogénito de Adán y Eva, probablemente fue el primer personaje de los mitos bíblicos en practicar una especie de sacerdocio basado en el líquido vital sagrado. Abel, curiosamente, fue el primero en derramarlo en honor al Señor.

Ofrecía, dicen las Escrituras, las primicias de su rebaño. Caín, en cambio, ofrecía únicamente frutas a Dios. Naturalmente, el Señor rechazó los vegetales y optó por las ofrendas de Caín, pero no hizo que Abel fuese intocable, porque las ofrendas animales son la figura, la representación, y no el verdadero obsequio.

Fue entonces cuando el rencoroso Caín consagró sus manos al cuello de Abel, convirtiéndolo en la primera ofrenda humana.

No solo Astaroth y Asmodeo fueron notablemente reconocidos por su sed insaciable. El Dios del Antiguo Testamento disfrutaba bebiendo de los reyes. Josué le ofreció opíparas hecatombes de monarcas vencidos. Jefté le ofreció su descendencia. Samuel al rey Agag sobre la piedra sagrada de Galgal.

Resulta curioso que los antiguos dioses paganos, que tanto temor causaban a los pueblos monoteístas, sean apenas tenues reflejos de lo que ellos mismos proponen cómo castigo a los réprobos. Sólo el monoteísmo fue capaz de concebir un Dios cuya cólera es eterna e insaciable; un Demiurgo que condena, sin derecho a apelación, a una eternidad de suplicios y tormentos por unos pecados más bien discretos.

Básicamente, el monoteísmo destruyó las hogueras del paganismo para instaurar la antorcha inmortal del infierno. Los griegos se hubiesen reído de ésto, tanto de un Dios con el que no puede negociarse como de la idea de un castigo eterno.

Con todas sus contradicciones, aquí radica revolución racional de Jesús.

Sacrificar a otros, ése es el antiguo dogma de Zeus y Odín. Sacrificarse para otros, es la única revelación que vale la pena descubrir. Matar para vivir era la gran felicidad de los antiguos misterios. Morir para que otros vivan es el legado, quizás el único, de aquel reformador.

Así Dios se sacrifica a sí mismo como único medio de redimir a la humanidad. Pero todo sacrificio exige un pago. En adelante, cada hombre le pertenece a Cristo.

Desde entonces cada hombre es llamado al arrepentimiento y cualquiera que pueda arrepentirse es sagrado, aún cuando sus pecados no le pertenezcan enteramente.

Leyendas oscuras. I Mitología.


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