«Las formas que enterramos»: Emily Dickinson; poema y análisis.


«Las formas que enterramos»: Emily Dickinson; poema y análisis.




Las formas que enterramos (The Shapes we buried) —a veces publicado como De cercanía a sus Cosas alejadas (Of nearness to her sundered Things)— es un poema gótico [607] de la escritora estadounidense Emily Dickinson (1830-1886), escrito en 1862 y publicado de manera póstuma en la antología de: Poemas (Poems).

Las formas que enterramos, uno de los grandes poemas de Emily Dickinson, posee una cualidad etérea que resulta apropiada para el tema que aborda: hay momentos en los que nuestros muertos parecen mucho más cercanos que los vivos. En lugar de la tenue penumbra con la que a menudo los recordamos, a veces a través de un olor, de una nota musical, irrumpen nítidamente en medio de la vida cotidiana. Los detalles siempre están frescos en la memoria si no tenemos miedo de explorarlos.

En el caso de Emily Dickinson, está el amigo de la infancia que reaparece con la misma chaqueta que usaba; los amados difuntos aparecen y «nos saludan con sus alas». Las formas que enterramos concluye que son los vivos quienes que sufren y envejecen, en consecuencia, son los muertos los que lloran a los vivos.

Esto contrasta con otro poema de Emily Dickinson que hemos analizado hace poco en El Espejo Gótico: El único fantasma que he visto (The only Ghost I ever saw), donde la oradora encuentra «horrible» su encuentro con un fantasma tímido e inofensivo. De algún modo, Las formas que enterramos parece más cercano a los verdaderos sentimientos de la autora acerca de la muerte.

La primera línea del poema [Of nearness to her sundered Things] podría traducirse como «de la cercanía a sus Cosas alejadas», y alude al apego y proximidad de nuestros muertos, quienes en realidad están en el lugar más alejado posible. Es interesante que Emily Dickinson haya utilizado la palabra sundered [«separado», «alejado»], una elección extraña pero bien caluculada. De algún modo atrae inmediatamente la atención del lector hacia el tema de la separación y la distancia al comienzo del poema.


De la cercanía a sus Cosas alejadas,
el Alma tiene singulares temporadas
en las que la Oscuridad parece rara,
y la claridad resulta fácil.

Las Formas que enterramos descansan,
familiares; en las Habitaciones
inmaculadas del Sepulcro,
el podrido compañero de juegos regresa

con la misma chaqueta que llevaba,
abotonada hace mucho en el moho,
desde que los dos, en mañanas viejas,
de Niños jugábamos divididos por un mundo.


¿Cuáles son las «Cosas» de las que estamos separados?

Emily Dickinson vuelve a referirse a ellas como «las formas que enterramos» para que sepamos que son nuestros muertos. Ambas palabras [«Cosas» y «Formas»] son plurales, y hacen de los dolientes un sujeto colectivo. Esto es apropiado porque el poema pasa de la abstracción inicial a una especie de lamento colectivo, es decir, abarcativo a todos los seres humanos. Sin embargo, en un instante todo se vuelve personal; ya no tenemos «Cosas» y «Formas» genéricas; aparece en la memoria algo «inmaculado» en el sepulcro: un compañero de juegos, un amigo de la infancia que lleva mucho tiempo en su tumba.

Este pequeño amigo [Little Friend] recordado todavía tiene el mismo abrigo que llevaba cuando estaba vivo [probablemente con el que fue enterrado], pero cubierto de moho y podredumbre. De a poco, las «Cosas» muertas se convierten en los «Niños» del pasado; y a medida que las «Formas» enterradas ascienden a la superficie se vuelven reales para «el ojo de la mente». De este modo, Emily Dickinson esboza una exquisita forma de resurrección de los muertos en la memoria de los vivos.


La Tumba devuelve lo arrebatado,
los Años, nuestras Cosas robadas,
nudos radiantes de Apariciones
nos saludan con sus alas.

Como si fuéramos nosotros,
y no ellos, los que aguardan el reencuentro,
como si fueran ellos, y no nosotros,
quienes hacen el duelo.


Los muertos que retornan en la memoria «nos saludan con sus alas»: son figuras aéreas, angélicas. En este momento, los difuntos nos dan la bienvenida a su reino, como si fuéramos nosotros, los vivos, los que hemos fallecido; y ellos, en el más allá, nos estuvieran esperando. De repente, los llorados son los que lloran por nuestra ausencia [ver: «Y con eones extraños incluso la muerte puede morir»]

Emily Dickinson reescribe el lenguaje bíblico, donde la muerte a menudo es llamada «ladrón». Los muertos no resucitarán al final de los tiempos, están presentes, son accesibles para los vivos. La autora también ataca la autoridad de la «Tumba», que devuelve lo que se ha llevado; también al tiempo [«los Años»], que al final entrega «nuestras Cosas robadas», como si fueran criminales de poca monta. En cierta forma, el poema confirma la suposición de John Donne: al final, la Muerte no tendrá dominio.

En esencia, el poema es una meditación sobre la distancia y la separación [física y emocional], y las innumerables maneras en las que podemos sentirnos cerca de las personas que están lejos. De hecho, sugiere que la distancia entre los vivos y los muertos puede ser una fuente de claridad, permitiéndonos ver nuestras «Formas» enterradas como realmente son. Por supuesto, Emily Dickinson no está siendo tan vulgar como nuestro análisis. La «cercanía» de las «cosas alejadas» es una experiencia fugaz, casi intangible. En medio de la cotidianeidad, de repente, sentimos cerca aquello de lo que el tiempo nos ha separado. Por un momento, la vida y la muerte parecen intercambiar lugares. Ya no somos nosotros quienes lloramos a nuestros muertos; son ellos «quienes hacen el duelo». Desde la perspectiva del otro lado, somos los vivos quienes hemos muerto.




Las formas que enterramos.
The Shapes we buried, Emily Dickinson (1830-1886)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


De la cercanía a sus Cosas alejadas,
el Alma tiene singulares temporadas
en las que la Oscuridad parece rara,
y la claridad resulta fácil.

Las Formas que enterramos habitan,
familiares; en las Habitaciones
inmaculadas del Sepulcro,
el podrido compañero de juegos regresa

con la misma chaqueta que llevaba,
abotonada hace mucho en el moho,
desde que los dos, en mañanas viejas,
de Niños jugábamos divididos por un mundo.

La Tumba devuelve lo arrebatado,
los Años, nuestras Cosas robadas,
nudos radiantes de Apariciones
nos saludan con sus alas.

Como si fuéramos nosotros,
y no ellos, los que aguardan el reencuentro,
como si fueran ellos, y no nosotros,
quienes hacen el duelo.


Of nearness to her sundered Things
The Soul has special times—
When Dimness—looks the Oddity—
Distinctness—easy—seems—

The Shapes we buried, dwell about,
Familiar, in the Rooms—
Untarnished by the Sepulchre,
The Mouldering Playmate comes—

In just the Jacket that he wore—
Long buttoned in the Mold
Since we—old mornings, Children—played—
Divided—by a world—

The Grave yields back her Robberies—
The Years, our pilfered Things—
Bright Knots of Apparitions
Salute us, with their wings—

As we—it were—that perished—
Themself—had just remained till we rejoin them—
And 'twas they, and not ourself
That mourned—


Emily Dickinson (1830-1886)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Emily Dickinson.


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El análisis, traducción al español y resumen del poema de Emily Dickinson: Las formas que enterramos (The Shapes we buried), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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