«La casa del pasado»: Algernon Blackwood; relato y análisis


«La casa del pasado»: Algernon Blackwood; relato y análisis.




La casa del pasado (The House of the Past) es un relato de terror del escritor inglés Algernon Blackwood (1869-1951), publicado en la edición del 15 de abril de la revista The Theosophical Review y reeditado en la antología de 1914: Cuentos de diez minutos (Ten Minute Stories).

La casa del pasado es uno de los mejores relatos psicológicos de terror de Algernon Blackwood. La historia desarrolla una especie de drama sobrenatural que relaciona estrechamente los recuerdos, los sueños y las vidas pasadas.

Algernon Blackwood amplía en La casa del pasado sus propias teorías acerca de la reencarnación.

La idea general de que existen vidas pasadas es bastante conocida por todos. Según este concepto, la naturaleza no da saltos abruptos y nada se pierde en la continuidad del tiempo. Ahora bien, Algernon Blackwood va un paso más allá y convierte una sencilla regresión hacia las vidas pasadas en un verdadero umbral hacia lo desconocido.

Aquellos que sí creen en las vidas pasadas por lo general tienden a explicarlas como escalones necesarios para la evolución espiritual del ser, ¿pero qué pasaría si aquellas vidas pasadas nunca terminasen del todo?

Es decir, ¿qué ocurriría si cada una de las características y cualidades del ser están condenadas a existir incesantemente hasta que el último escalón de la escalera finalmente se gradúe?

En cierta forma, Algernon Blackwood baraja la hipótesis de que cada una de nuestras vidas pasadas, cada una de las personas que fuimos en el pasado, nos acechan.



La casa del pasado.
The House of the Past, Algernon Blackwood (1869-1951)

Cierta noche, una Visión llegó hasta mí, trayendo con ella una antigua y oxidada llave. Me llevó a través de campos y senderos de dulce aroma, donde los setos ya susurraban en la oscuridad primaveral, hasta que llegamos a una inmensa y sombría casa, de ventanas conspicuas y tejado elevado, medio escondido en las sombras de la madrugada. Noté que las persianas eran de un pesado negro y que la casa parecía revestida por una paz absoluta.

—Ésta —me susurró ella—, es la Casa del Pasado. Ven conmigo y recorreremos sus habitaciones y pasillos; pero date prisa, pues no tendré la llave por mucho tiempo y la noche ya casi se acaba. Aún así, por ventura, ¡debes recordar!

La llave produjo un tétrico sonido cuando giró en la cerradura, y cuando la puerta se abrió sobre un vestíbulo vacío, escuché extraños murmullos y llantos, y el roce de telas, como de gente moviéndose en sueños, a punto de despertar. Entonces, un espíritu de gran tristeza vino a mí, empapando mi alma; mis ojos comenzaron a arder y en mi corazón advertí una extraña sensación, como si algo que había dormido durante años se despertara. Todo mi ser, incapaz de resistir, se rindió inmediatamente al espíritu de la melancolía más profunda, y el dolor de mi corazón, mientras las Cosas se movían y despertaban, por un momento se hizo demasiado fuerte para expresarlo en palabras...

Mientras avanzábamos, las débiles voces y sollozos escaparon delante nuestro hacia el interior de la Casa, supe que el aire estaba lleno de manos suspendidas, de vestimentas oscilantes, de trenzas colgantes, y de ojos tan tristes y nostálgicos, que las lágrimas —que ya casi desbordaban de los míos—, se retenían por milagro ante la contemplación de tan intolerable anhelo.

—No permitas que esta tristeza te aplaste —susurró la Visión a mi lado—. No despiertan frecuentemente. Duermen por años y años y años. Los cuartos están todos ocupados y a no ser que lleguen visitantes como nosotros a perturbarlos, jamás despertarían por propia voluntad. Pero cuando uno se agita, el sueño de los otros también se ve perturbado, y también despiertan, hasta que el movimiento es comunicado de una habitación a otra y así finalmente, a través de toda la Casa... Pero, a veces, la tristeza es demasiado grande como para soportarla, y la mente se debilita. Por esta razón, la Memoria les entrega el sueño más dulce y profundo que posee y cuida de usar poco esta pequeña y herrumbrosa llave. Pero, escucha ahora —agregó ella, tomándome la mano—, ¿no oyes, acaso, el temblor del aire a través de toda la Casa, que se asemeja al murmullo de agua cayendo? ¿Y quizá ahora tú... recuerdas?

Aún antes de que ella hablara, yo ya había captado débilmente el inicio de un nuevo sonido; y ahora, en lo profundo de los sótanos bajo nuestros pies, y también desde las regiones superiores de la gran Casa, me llegaba el murmullo y el crujido y el movimiento ligero y contenido de las Sombras durmientes. Se elevaba como una cuerda tañida suavemente de entre las inmensas e invisibles cuerdas pulsadas en algún lugar de las bases de la Casa, y su vibración corría suavemente por sus paredes y techos. Y supe que había escuchado el lento despertar de los Espíritus del Pasado.

¡Ay de mí!, con qué terrible invasión de amargura me sostenía allí, con los ojos inundados, escuchando las tenues voces muertas mucho tiempo atrás... Porque de hecho, toda la Casa estaba despertando; y en ese momento llegó hasta mi nariz el sutil y penetrante perfume del tiempo: de cartas, con la tinta borrosa y las cintas desteñidas; de olorosas trenzas, doradas y castañas, guardadas, ¡oh, tan tiernamente!, entre las flores prensadas que aún conservaban la profunda delicadeza de su olvidada fragancia; la aromática presencia de memorias perdidas, el intoxicante incienso del pasado. Mis ojos se inundaron, mi corazón se contrajo y expandió, mientras me rendía sin reserva a esas antiguas influencias de sonidos y aromas. Estos Espíritus del Pasado —olvidados en el tumulto de memorias más recientes— se apretaban alrededor mío, tomaron mis manos y, siempre susurrando lo que yo hace tiempo había olvidado, siempre suspirando, exhalando de sus cabellos y vestiduras los aromas inefables de las épocas muertas, me guiaron a través de la inmensa Casa, de cuarto en cuarto, de piso en piso.

Pero no todos los espíritus me eran igualmente claros. De hecho, algunos tenían sólo la más débil vida, y me agitaban tan poco que sólo dejaban una impresión indistinta y borrosa en el aire; mientras que otros me observaban casi con reproche con sus apagados y desteñidos ojos, como anhelando retornar a mis recuerdos; y entonces, al ver que no eran reconocidos regresaban flotando suavemente hacia las sombras de sus habitaciones, para volver a dormir imperturbados hasta el día final, cuando no fallaré en reconocerlos.

—Muchos de ellos han dormido por tanto tiempo —dijo la Visión a mi lado— que despiertan sólo a difícilmente. Sin embargo, una vez despiertos te reconocen y recuerdan, aunque tú no logres hacerlo. Pues es la regla de la Casa del Pasado que, mientras tú no los evoques claramente, no recuerdes precisamente cuándo los conociste y con qué causas particulares de tu evolución pasada están asociados, no podrán mantenerse despiertos. A menos que los recuerdes cuando sus ojos se encuentren, a menos que su mirada de reconocimiento les sea devuelta por la tuya, están obligados a regresar a su sueño, silenciosa y desconsoladamente —sus manos sin estrechar, sus voces sin ser oídas—, para soñar un sueño inmortal y paciente, hasta que...

En ese instante, sus palabras se extinguieron repentinamente en la distancia y tomé conciencia de un abrumador sentimiento de deleite y alegría. Algo me había tocado los labios, y un fuego poderoso y dulce se precipitó hacia mi corazón y envió la sangre tumultuosamente por mis venas. Mi pulso latía locamente, mi piel resplandecía, mis ojos se enternecieron, y la terrible tristeza del lugar fue instantáneamente disipada, como por arte de magia. Volviéndome con una exclamación de júbilo, que de inmediato fue tragada por el coro de sollozos y suspiros que me rodeaban, observé... e instintivamente adelanté mis brazos en un rapto de felicidad hacia... hacia la visión de un Rostro... cabello, labios, ojos; una tela dorada rodeaba el hermoso cuello, y el antiguo, antiguo perfume del Este —¡por las estrellas, cuánto hace de ello!— estaba en su aliento.

Sus labios nuevamente estaban en los míos; su cabello sobre mis ojos; sus brazos alrededor de mi cuello, y el amor de su antigua alma vertiéndose en la mía a través de unos ojos todavía fulgurantes y claros. Oh, el feroz tumulto, la maravilla inenarrable, ¡si sólo pudiese recordar!... Aquel aroma, sutil y disipador de brumas, de muchas eras atrás, una vez tan familiar... antes de que las Colinas de la Atlántida estuvieran sobre el mar azul, o que las arenas comenzaran a formar el lecho de la esfinge. Pero, un momento; ya regresa; comienzo a recordar...

Cortina tras cortina se levantan de mi alma, y casi puedo ver más allá. Pero el espantoso elástico de los años, horrible y siniestro, milenio tras milenio... Mi corazón se estremece, y tengo miedo. Otra cortina se eleva y otra perspectiva, que va más allá que las otras, se hace visible, interminable, corriendo hacia un punto rodeado de gruesas brumas. ¡Y he aquí, que ellas también se mueven!, elevándose, iluminándose. Finalmente veré... ya comienzo a recordar… la piel morena... la gracia Oriental, los maravillosos ojos que contenían el conocimiento de Buda y la sabiduría de Cristo, aún antes que aquéllos hubieran soñado con alcanzarla. Como un sueño dentro de un sueño, me cautiva nuevamente, tomando una apremiante posesión de todo mi ser... la forma esbelta... las estrellas en aquel mágico cielo Oriental... los susurrantes vientos entre las palmeras... el murmullo del río y la música de los setos al inclinarse y suspirar en la dorada superficie de arena.

Se difumina un poco y comienza a pasar; luego parece surgir nuevamente. ¡Ay de mi!, aquella sonrisa de dientes resplandecientes... aquellos párpados de venas de encaje. Oh, quién me ayudará a recordar, pues se encuentra demasiado lejos, demasiado oscuro, y yo no puedo recordarlo completamente; aunque mis labios aún se estremecen, y mis brazos se encuentran aún extendidos, nuevamente comienza a desvanecerse. Ya hay una mirada de tristeza, demasiado profunda para expresar con palabras, al darse cuenta de que no es reconocida.... ella, cuya mera presencia pudo una vez extinguir para mí el universo entero... y ella se devuelve, lentamente, tristemente, silenciosamente a su oscuro e inmenso sueño, para soñar y soñar con el día en que la recordaré y que vendrá a donde pertenece...

Me observa desde el final de la habitación, donde las Sombras comienzan a cubrirla y a ganarla de vuelta con sus brazos estirados hacia su sueño de siglos en la Casa del Pasado.

Estremeciéndome, con el extraño perfume aún en mi nariz y el fuego en mi corazón, giré y seguí a mi Sueño por una amplia escalera, hacia otra parte de la Casa. Al entrar en los corredores superiores oí al viento crujir cantando sobre el tejado. Su música tomó posesión de mí hasta que sentí como si todo mi cuerpo fuera un solo corazón, doliente, tenso, palpitante, como si fuera a quebrarse; y todo porque escuché al viento cantar alrededor de la Casa del Pasado.

—Recuerda —murmuró la Visión, respondiendo a mi inexpresada pregunta— que estás escuchando la canción que ha cantado por incontables siglos y para miríadas de incontables oídos. Se remonta asombrosamente lejos; y en ese simple salmo, profundo en su terrible monotonía, se encuentran las asociaciones y los recuerdos de las alegrías, penas y luchas de toda tu existencia previa. El viento, como el mar, le habla a la memoria mas íntima —agregó— y es por eso que su voz es de tal tristeza, profundamente espiritual. Es la canción de las cosas por siempre incompletas, inconclusas, insatisfechas.

Mientras pasábamos por las abovedadas habitaciones, advertí que nadie se agitaba. Realmente no había ningún sonido, sólo una impresión general de una respiración profunda y colectiva, como el vaivén de un mar amortiguado. Mas los cuartos, lo supe inmediatamente, estaban llenos hasta las paredes, repletos, fila tras fila... Y, desde los pisos inferiores, a veces se elevaba el murmullo de las Sombras llorosas al retornar a su sueño, instalándose nuevamente en el silencio, la oscuridad y el polvo. El polvo... oh, el polvo que flotaba en esta Casa del Pasado, tan denso, tan penetrante; tan fino que llenaba los ojos y la garganta sin dolor; tan fragante, que aliviaba los sentidos y tranquilizaba el corazón; tan suave, que resecaba la boca, sin molestar; y cayendo tan silenciosamente, acumulándose, posándose sobre todo, que el aire lo sostenía como una fina bruma y las sombras durmientes lo usaban como mortajas.

—Y éstas son las más antiguas —dijo mi Sueño, apuntando hacia las filas repletas de silenciosos durmientes—. Nadie aquí ha despertado por siglos, demasiados para contarlos; y aún si despertaran no podrías reconocerlos. Ellos son, como los otros, todos tuyos, sólo que son los recuerdos de tus etapas más tempranas a lo largo del gran Camino de Evolución. Algún día, sin embargo, despertarán, y deberás reconocerlos y contestar sus preguntas, pues ellos no pueden morir hasta no agotarse a sí mismos a través de ti, quien les dio la vida.

—¡Ay de mí! —pensé, escuchando y entendiendo a medias estas palabras— cuántas madres, padres, hermanos, pueden entonces estar dormidos en este cuarto; cuántas fieles amantes, cuántos amigos de verdad, ¡cuántos antiguos enemigos! Y pensar que un día se levantarán y me confrontarán, y yo deberé encontrarme con sus ojos nuevamente, reclamarles, conocerlos, perdonarlos, y ser perdonado... los recuerdos de todo mi Pasado...

Me volteé para hablarle al Sueño a mi lado, y toda la Casa se disolvió en el brillo del cielo oriental, y escuché a los pájaros cantando y vi las nubes arriba velando las estrellas en la luz del día que se acercaba.

Algernon Blackwood (1869-1951)




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El análisis y resumen del relato de Algernon Blackwood: La casa del pasado (The House of the Past) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentario:

  1. ¿El Secreto del Mundo? ¿Creación?

    Cuando las personas piensan en la Reencarnación, generalmente se enfrentan con una pregunta muy difícil: Si en el comienzo existían tan pocos seres sobre la faz de la Tierra, y hoy existen tantos ¿De dónde vienen esas nuevas almas?

    En ciertas reencarnaciones nos dividimos. Así como los cristales y las estrellas, así como las células y las plantas, también nuestras almas se dividen.

    Nuestra alma se transforma en dos, estas nuevas almas se transforman en otras dos, y así en algunas generaciones, estamos esparcidos por buena parte de la Tierra. Partícipes lo que los Alquimistas llaman Anima Mundi (alma del mundo), si este se limitara a dividirse estaría creciendo pero también quedándose cada vez más débil. Por eso, así como nos dividímos, también nos reencontramos. Y este reencuentro se llama Amor. Porque cuando el alma se divide siempre lo hace en una parte femenina y otra masculina.

    Los átomos que componen tu cuerpo pueden estar en las plantas, en los insectos, en el cuerpo de guerreros vikingos, animales prehistóricos, tal vez podríamos llegar a convertirnos en una nube inconsciente, sin poder volver nunca a la forma corpórea...

    Fire in our Hearts!!!

    "|Roxagliareth|"

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