La Dimensión de los Objetos Perdidos.
Hay objetos que se pierden sin dejar rastro, lo cual es menos asombroso que aquellos objetos que reaparecen misteriosamente, a menudo en sitios en donde hemos buscado durante horas, como verdaderos sabuesos, sin encontrar nada.
Peor todavía es perder un objeto que teníamos a la vista, o incluso en la mano, unos momentos antes, y luego encontrarlo en cualquier otra parte. No es infrecuente que, frente a estos hechos inquietantes, el individuo se suma en un estado de desesperación durante la búsqueda, y de absoluta perplejidad en el hallazgo.
Entre las conjeturas más extrañas acerca de los objetos perdidos se encuentra la propuesta de Charles Fort, conocida como el Super Sargazo (Super-Sargasso Sea), algo así como una cuarta dimensión o universo paralelo donde van a parar nuestros objetos extraviados.
Naturalmente, la existencia de esta curiosa dimensión es, como mínimo, cuestionable, al menos en términos teóricos, pero también irrefutable en la práctica.
Por un lado, podemos considerar que tal lugar existe, y que el destino de aquellos objetos teletransportados está en manos de inescrupulosos seres interdimensionales, o bien optar por una alternativa más banal, aunque sumamente interesante.
Después de todo, la existencia o no de este sitio es completamente irrelevante, y hasta podríamos decir que se interpone en la naturaleza de los hechos. El tema que nos preocupa aquí son los objetos que se pierden misteriosamente; llaves, sobre todo, pero también pertenencias con un fuerte valor sentimental, como anillos, libros, ropa interior, e incluso familiares que desaparecen de un día para el otro.
Hay una especialidad de trastienda entre los estudiosos de los fenómenos paranormales que se dedica específicamente a este escabroso asunto, llamada Fenómeno de la Desaparición de Objetos (Disappearing Object Phenomena), o DOP, en su sigla en inglés. Dentro de ella podemos encontrar tres categorías.
a- Objetos perdidos que no vuelven a aparecer.
b- Objetos perdidos que reaparecen en un lugar insólito.
c- Objetos que, sin haber sido extraviados, aparecen sin que se recuerde haberlos comprado.
En este punto sería interesante establecer una cuarta categoría, más genérica, que incluya a todos los Objetos Perdibles; es decir, aquellos objetos que pueden extraviarse, habida cuenta de que existen mayores posibilidades de perder los documentos que un calefón, por ejemplo.
De manera tal que, para que un objeto se pierda debe ser perdible, y para que sea perdible debe ser lo suficientemente pequeño como para ser manipulado sin problemas, e incluso de forma irresponsable, siendo movido de un lugar a otro por allegados bajo pretextos insignificantes, como limpiar la mesa o desalojar el canasto de ropa sucia.
Esta hipótesis contradice a la de Charles Fort, que imaginó una ciudad extraterrena en las nubes como destino de los objetos perdidos y evitó, sin mayores indagaciones, la posibilidad de que nuestra pareja se haya deshecho subrepticiamente de nuestros calzones en mal estado.
En lo personal, siempre me pareció encontrar una actitud, digamos, sospechosa, frente a ciertas indagatorias respecto de un objeto perdido. La secuencia es más o menos como sigue:
a- Uno pierde algo.
b- Se lo busca.
c- Al no encontrarlo se le consulta a una persona que conviva con nosotros.
d- La persona reacciona con perplejidad, al principio, y luego con cierta indignación, como si se la acusara de algún delito inconfesable.
Mayor sospecha causan las personas que parecen saber donde está todo. En efecto, uno recuerda vagamente haber comprado un sacacorchos, una cinta adhesiva, y estos sujetos son capaces de guiarlo a uno a través de intrincados laberintos de pertenencias, cajones y estantes hasta dar con exactitud con el objeto buscado.
Otras personas se especializan en áreas determinadas del hogar.
—¿Dónde está el cargador del teléfono? —pregunta uno.
—Por ahí —dice el otro, señalando con un gesto ampuloso un territorio vasto e indeterminado, a veces, una habitación entera, sin brindar mayores precisiones.
Los buscadores de objetos perdidos también se dividen en varias categorías. Una de ellas, quizás la más interesante, es la de aquellos que se empeñan en buscar una y otra vez en el mismo sitio esperando resultados diferentes.
Cuando somos testigos de este tipo de pesquisas podemos verlos insistir en el mismo cajón, durante horas, como si el objeto perdido fuese a materializarse de repente en el sitio donde debía estar en primer lugar.
Otra categoría de buscadores incluye a quienes inician el rastreo del objeto perdido en lugares descabellados. Un par de anteojos extraviados puede conducirlos a buscar primero en el microondas, un control remoto puede llevarlos revisar el lavarropas o los anaqueles más inaccesibles de la despensa.
También está la clase de buscador que coloca sus intereses por delante de los demás, como si de algún modo el objeto perdido les otorgara el poder de una orden de allanamiento para revisar las cosas del resto. Un mísero calcetín extraviado y podemos llegar a descubrir todas nuestras pertenencias sometidas a un riguroso escrutinio.
En estos casos es conveniente asegurarse de la existencia real del objeto perdido. No es inverosímil que se utilice la búsqueda como pretexto para la práctica de actividades relacionadas con el espionaje conyugal.
En todo caso, la búsqueda de un objeto suele traer consigo toda clase de acusaciones cruzadas, e incluso incidentes más graves.
Hay individuos que afirman, sin temor al ridículo, que existe una cierta armonía o equilibrio en el desorden; de hecho se jactan de encontrarlo todo en el caos, y basta que alguien se disponga a ordenar sus cosas para que el primero sea incapaz de hallar algo.
Que existen regiones imposibles de cartografiar en los roperos y armarios destinados a la indumentaria femenina no es ninguna novedad. Que las cosas se pierdan allí asombra menos que la habilidad para detectar esos extravíos.
Contrariamente a lo que se cree, la persona desordenada es mucho más sensible que el individuo metódico, sistemático, marcial. De hecho, el desordenado es capaz de descifrar movimientos ínfimos entre sus pertenencias, ángulos sutiles que se modifican entre la distancia de una percha y un tapado, ya en desuso; y a menudo reacciona de forma soez, y hasta violenta, contra aquellos que han penetrado en sus dominios bajo la excusa baladí de la higiene.
Otra metodología consiste en ponerse en el lugar del objeto perdido.
—Si yo fuera un análisis de orina, ¿dónde me escondería? —se pregunta el sujeto.
La cifra de posibilidades en relación a esta última conjetura asciende a una escala astronómica, pero no imposible de resolver mediante el razonamiento crítico.
Finalmente está el buscador pesimista, aquel que encara la tarea de rastrear el paradero de un objeto perdido sin esperanzas de encontrarlo. Frases tales como: en esta casa se pierde todo, son frecuentes en él, y muchas veces disimulan la sospecha de que el objeto en cuestión ha desaparecido por razones paranormales.
Resulta muy difícil sostener la teoría de Charles Fort acerca de aquella dimensión de objetos perdidos, pero tampoco podemos descartarla de cuajo.
En efecto, las cosas se pierden, y muchas veces no vuelven a ser vistas durante generaciones, pero otras reaparecen de forma imprevista en algún viejo desván, detrás del refrigerador, en ese vórtice de energía entre la cama y la mesa de luz, cuando ya nadie las está buscando.
Egosofía. I Diarios de antiayuda.
El artículo: La dimensión de los Objetos Perdidos fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
Maravilloso y sensato texto análisis. Me encantó.
ResponderEliminarMi Sra. lo pierde todo. El otro día 8 persona buscando sus lentes en cuatro habitaciones en la casa de la madre, jamás se hallaron, y tres meses después siguen sin aparecer!
ResponderEliminar