«Un diagnóstico de muerte»: Ambrose Bierce; relato y análisis


«Un diagnóstico de muerte»: Ambrose Bierce; relato y análisis.




Un diagnóstico de muerte (A Diagnosis of Death) es un relato de terror del autor norteamericano Ambrose Bierce (1842-1914), escrito originalmente en 1901 y publicado en la antología de 1909: ¿Pueden estas cosas existir? (Can Such Things Be?).

Tratar de conocer de antemano la fecha exacta de nuestra muerte es tan absurdo como ir a la última página de un libro antes de leerlo. De eso se trata Un diagnóstico de muerte, uno de los mejores cuentos de Ambrose Bierce.

Aquí, un hombre de apariencia saludable será visitado por el fantasma de un médico, cuyas técnicas poco ortodoxas tienen como propósito informar a sus pacientes sobre el día preciso en el que morirán.

Ambrose Bierce juega magníficamente con la solemnidad que rodea a la medicina, aprovechando la costumbre de muchos pacientes capaces de admitir prácticamente cualquier diagnóstico de sus médicos, aún cuando estos estén probadamente muertos.

No deja de ser curioso que un relato que intenta desentrañar las posibilidades de saber el momento exacto de la muerte haya sido escrito por un hombre del cual se desconoce incluso el año de su fallecimiento.



Un diagnóstico de muerte.
A Diagnosis of Death, Ambrose Bierce (1842-1914)

—No soy tan supersticioso como algunos de tus doctores de ciencia, como te has complacido en afirmar —dijo Hawver, replicando una acusación que no había sido hecha— Algunos de ustedes, sólo algunos, admito, creen en la inmortalidad del alma, y en apariciones que tu no tienes la honestidad de llamar fantasmas. No diré que tengo la convicción que los vivos pueden ser vistos donde no están, en sitios donde han caminado, donde vivieron, quizás tan intensamente, como para dejar sus impresiones en todo lo que los rodea. Lo se, ciertamente, es posible que un ambiente pueda ser tan afectado por la personalidad de una persona como para impresionar, mucho después, una imagen de uno mismo a los ojos de otro. Indudablemente la personalidad impresa tiene que ser el tipo justo de personalidad y los ojos perceptores tienen que ser el tipo justo de ojos, los míos por ejemplo.

—Si, el tipo justo de ojos, impresiones convincentes del lugar erróneo del cerebro. —dijo el Dr. Frayley, sonriendo.

—Gracias; uno disfruta al tener sus elucubraciones confirmadas; esto es en réplica de lo que yo supongo que haría alguien civilizado.

—Perdón, pero dices que lo sabes. Es algo fácil de afirmar, ¿no lo crees? Quizás tu no pensarás en el problema de decirme como lo supiste.

—Tu lo llamarías una alucinación —dijo Hawver— pero no es tal cosa.

Y le contó la historia.

El último verano, como sabes, fui a pasar la temporada a la ciudad de Meridian. Los parientes cuya casa intentaba habitar estaban enfermos, así que busqué otros cuartos. Luego de algunas dificultades renté una de las habitaciones vacantes que había sido ocupada por un excéntrico doctor llamado Mannering, quien se había ido varios años atrás. Él había construido una casa y había vivido allí durante diez años, acompañado por un viejo sirviente. Su práctica, no muy extensa, lo tuvo ocupado durante algunos años. Él también se vio abstraído de la vida social y se convirtió en un recluso. Me lo contó un doctor del pueblo, que fue la única persona que tuvo alguna relación con él, que durante su retiro, se hizo devoto de una única línea de estudio, el resultado de lo que él expuso en un libro que no fue recomendado a la aprobación de sus colegas médicos, quienes, sin embargo le consideraron no enteramente sano.

No he visto el libro y no puedo recordar su título, pero me dijo que exponía una extraña teoría. Él decía que era posible que una persona de buena salud pudiera pronosticar su propia muerte con precisión, varios meses antes del evento. El límite, creo, eran dieciocho meses. Hubo cuentos locales sobre que había ejercido sus poderes de pronóstico, que quizás tu llames diagnóstico; y que las personas a las que advirtió el deceso, murieron súbitamente en el plazo fijado, sin causa conocida. Todo esto, por cierto, no tiene nada que ver con lo que te dije; pienso que puede divertir a un médico.

La casa estaba amueblada, como él había vivido ahí. Era una oscura morada para alguien que había sido un recluso más que un estudiante, y creo que me dio algo de su carácter, quizás algo del carácter de su anterior ocupante; siempre sentí una cierta melancolía que no estaba en mi disposición natural, según creo, debido a la soledad. No tenía sirvientes que durmieran en la casa, pero siempre tuve la adicción, como tu sabes, a la lectura. Cualquiera que fuera la causa, el efecto fue un rechazo y un sentido de mal inminente; esto fue especialmente en el estudio del Dr. Mannering, a pesar de que esta habitación era una de las más luminosas y aireadas de la casa. El retrato de tamaño real del doctor parecía dominarlo completamente. No había nada inusual en la foto; el hombre evidentemente lucía bien, unos cincuenta años de edad, con un cabello gris metalizado, una cara recién afeitada y unos ojos oscuros y serios. Algo en la imagen siempre absorbía mi atención. La apariencia del hombre se convirtió en familiar para mí, hasta podría decir que me hechizó.

Una tarde estaba paseando a través de esta habitación para ir a mi dormitorio, con una lámpara (no había gas en Meridian). Me paré, como era usual, frente al retrato, que parecía a la luz de la lámpara cobrar una nueva expresión, no fácilmente descriptible, pero realmente escalofriante. Me interesé pero no me inquieté. Moví la lámpara de un lado a otro y observé los efectos de alterar el punto de iluminación. Mientras estaba tan absorto sentí un impulso en voltearme. Y cuando lo hice ¡observé a un hombre que se movía a través de la habitación y se dirigía hacia donde yo estaba!

Tan pronto como él se acercaba a la lámpara su rostro se iluminó, y vi que era el Dr. Mannering en persona; ¡era como si el retrato estuviera caminando!

Le pido disculpas —dije, algo fríamente—, pero si usted golpeó no lo escuché.

Él me pasó, dentro de una braza, extendió su dedo índice como en advertencia, y sin una palabra, se marchó de la habitación, a pesar de que observé su ida no más que lo que vi su entrada.

Por supuesto, no necesito decirte que esto puede ser lo que tu llamarías una alucinación y lo que yo llamo una aparición. Esta habitación tiene solo dos puertas, una de las cuales estaba cerrada; la otra llevaba al dormitorio, desde donde no había otra salida. Mi sentimiento sobre esto es que no es una parte importante del incidente.

Indudablemente esto te parecerá un lugar común. Si así fuera, no te lo habría contado, aún si hubiera sido verdad. Pero el hombre no está muerto; lo conocí hoy mismo en la Calle Unión. Me cruzó entre una multitud.

Hawver finalizó su historia y ambos hombres se quedaron callados. El Dr. Frayley distraídamente golpeó la mesa con sus dedos.

—¿Te dijo algo hoy —preguntó—, alguna cosa que te haya hecho inferir que no estaba muerto?

Hawver lo miró fijamente y no respondió.

—Tal vez —continuó Frayley—, él hizo alguna señal, un gesto, alzó un dedo. Es un truco que él tenía, un hábito cuando decía algo serio, anunciando el resultado de un diagnóstico, por ejemplo.

—Si, lo hizo, su aparición lo hizo. Pero, ¡por Dios! ¿Lo conocías?

Hawver estaba poniéndose aparentemente nervioso.

—Lo conocí. Leí su libro, como todo médico de hoy en día. Es una de las más importantes contribuciones del siglo a la ciencia de la Medicina. Si, lo conocí; lo traté en su enfermedad durante los últimos tres años. Él murió.

Hawver buscó una silla, visiblemente incómodo. Dio un par de zancadas y se sentó. Luego se dirigió a su amigo, y en una voz no muy clara, dijo:

—Doctor, ¿tiene usted algo para decirme como médico?

—No, Hawver; tu eres el hombre más saludable que conocí. Como amigo te recomiendo que vayas a tu habitación. Tocas el violín como un ángel. Tócalo, toca algo alegre y jovial. Ten este maldito asunto fuera de tu mente.

Al siguiente día Hawver fue hallado muerto en su habitación, el violín en su cuello, el arco sobre las cuerdas, su música se escuchó antes de la Marcha Fúnebre de Chopin.

Ambrose Bierce (1842-1914)




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El análisis y resumen del cuento de Ambrose Bierce: Un diagnóstico de muerte (A Diagnosis of Death) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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