«Tractatus Contra Daemonum Invocatores»: la sustancia de la que están hechos los demonios.
Tractatus Contra Daemonum Invocatores [«Tratado contra los invocadores de demonios»] es un libro de demonología del teólogo e inquisidor Jean Vineti (1410-1470), publicado de manera póstuma en 1487. El libro, a diferencia de otros tratados demonológicos, se enfoca en una particular forma de herejía: la invocación del diablo [ver: El Dragón Rojo: el grimorio para invocar a Lucifer]
Si bien la invocación de demonios y espíritus no era una novedad, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores se propone probar, o bien descartar, la veracidad del fenómeno, el cual formaba parte del discurso demonológico desde hacía bastante tiempo. Más allá de condenar esta herejía, sobre todo practicada en las reuniones sabáticas [ver: el Baile de las Brujas], el propósito del libro es confirmar la veracidad de los encuentros entre seres humanos y demonios, y además examinar de qué forma estos espíritus malignos podían engañar a las brujas y hechiceros al acudir a sus invocaciones.
El Tractatus Contra Daemonum Invocatores es un libro muy interesante, precisamente porque se enfoca en la interacción entre demonios y brujas. Para que tal interacción se produzca, especula Vineti, entonces los demonios deben ser capaces de fabricar cuerpos sólidos, o al menos parcialmente visibles, para manifestarse en el plano terrenal. Por otro lado, el libro está interesado en conocer en detalle qué tipo de poderes sobrenaturales obtenían las brujas y hechiceros a través de estas invocaciones y pactos.
Para introducir al lector en el tema, la primera parte del Tractatus Contra Daemonum Invocatores realiza un examen bastante general de la demonología. En concordancia con las opiniones preponderantes del siglo XV, el libro asume que los demonios son criaturas sobrenaturales pertenecientes al orden divino, es decir, originalmente ángeles. En la segunda parte, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores nos orienta hacia el Sabbat, aquellas reuniones clandestinas en los bosques y lugares apartados, donde supuestamente se realizaba la misa negra, cuyo momento cúlmine era la invocación de uno o varios demonios.
El libro, hay que decirlo, no vacila demasiado en este punto. El Tractatus Contra Daemonum Invocatores sostiene que los demonios existen, que las brujas existen, y que los procesos judiciales, incluida la tortura, contra personas acusadas de brujería, eran cuestiones indispensables para asegurar el bienestar general del rebaño católico.
La tercera parte del Tractatus Contra Daemonum Invocatores habla sobre la nigromancia [ver: Nigromancia: el arte de invocar a los muertos], así como de las herramientas, físicas y espirituales, que forman parte de esta práctica, como imágenes, astrología, maleficios, amuletos, talismanes, etc. En este sentido, el libro trata de distinguir aquellos acontecimientos desgraciados que ocurren naturalmente de aquellos que provienen de la intervención diabólica, naturalmente, después de haber practicado una invocación. De este modo, Vineti no solo no vacila sobre la existencia de los demonios, sino que además asegura que estos pueden intervenir directamente en el plano físico, por ejemplo, obsesionando a alguien, incluso llevándolo a cometer suicidio.
La última parte del Tractatus Contra Daemonum Invocatores estudia el tema de las posesiones demoníacas y los exorcismos. La conclusión de Vineti al respecto es la siguiente: siendo que el hombre posee libre albedrío, es perfectamente capaz de luchar contra el demonio utilizando su fe como principal arma, y a continuación enumera una gran cantidad de rituales de exorcismo que han probado su eficacia contra diversos demonios.
El Tractatus Contra Daemonum Invocatores presenta algunos puntos interesantes sobre un tema que, curiosamente, no era tan frecuente en los tratados demonológicos: las manifestaciones de los demonios en el plano material y cómo estos eran capaces de proyectar ilusiones sobre las mentes de las brujas y hechiceros, a los que Vineti les atribuye un grado de susceptibilidad inusitado. En otros términos, el libro propone la existencia real de entidades no humanas, o entidades inteligentes que nunca poseyeron un cuerpo físico, como los ángeles y los demonios, quienes pueden influir en los seres humanos, ya sea para el bien, como en el caso de los ángeles, como para el mal, al referirse a los demonios.
Ahora bien, si los ángeles y los demonios están formados esencialmente de la misma sustancia, esta debe provenir de la fuerza divina, lo cual plantea una serie de interrogantes que el Tractatus Contra Daemonum Invocatores se abstiene de comentar. Si los demonios están formados por esta sustancia divina, entonces sus acciones, por abominables que puedan parecer, forman parte del plan divino; es decir que el mal siempre actúa de acuerdo al deseo de Dios.
El Tractatus Contra Daemonum Invocatores se enreda un poco en vagos conceptos aristotélicos sobre el motor único, esta sustancia primigenia, Dios, de la cual se desprende todo el universo físico, rechazando tajantemente que las manifestaciones demoníacas sean un producto de la imaginación exaltada de las brujas [ver: Cómo las brujas causaban impotencia en los hombres]
Ahora bien, aunque los demonios son fundamentalmente entidades inteligentes no humanas, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores asegura que estos pueden, en determinadas circunstancias, revestirse con un cuerpo real, es decir, un cuerpo físico. Más aún, el libro propone que los demonios podían engendrar hijos con las mujeres al ocupar o poseer un cuerpo humano masculino. Esto contradice la opinión generalizada de los tratados demonológicos, los cuales afirman casi sin excepción que los demonios no podían engendrar descendencia de ninguna manera. Sin embargo, la propuesta de Vineti añade un elemento más, sumamente extraño.
Uno podría pensar que basta que un demonio ocupe el cuerpo de un hombre para luego copular con una mujer y embarazarla, pero las cosas no son tan sencillas de acuerdo al Tractatus Contra Daemonum Invocatores. En efecto, un demonio puede poseer el cuerpo de un hombre, pero no puede utilizar ni emanar su líquido seminal. Este debe provenir de otra persona, es decir, no del hombre poseído por la inteligencia demoníaca. Esta operación, ciertamente enojosa, no es corroborada por ningún otro tratado demonológico [ver: Los Demonios, el amor, y el placer]
El Tractatus Contra Daemonum Invocatores, entonces, le atribuye el más alto grado de veracidad a los testimonios de las brujas que aseguraban que el coito diabólico era una de las prácticas más comunes del Sabbat. Por definición, era una práctica estéril, que no buscaba la procreación, sino el placer, por lo tanto, era odiosa a los ojos de la Iglesia. El grado de candor en este punto es sobrecogedor. Vineti concluye entonces que los demonios no pueden engendrar por sí mismos, y tampoco al poseer un cuerpo humano. Esta idea, por oscura que parezca, está basada en los escritos de Galeno, quien estableció que el líquido seminal solo podía tener propiedades generativas cuando el miembro era de algún modo guiado por el corazón, órgano del cuerpo humano que los demonios, aparentemente, no pueden poseer.
No deja de ser extraño que estas opiniones contradigan buena parte de la tradición bíblica. Recordemos el nacimiento de los Nephilim, gigantes engendrados por ángeles caídos y mujeres humanas [ver: Semihazah: el líder de los ángeles caídos]. Previamente, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores estableció que los ángeles y los demonios estaban formados por la misma sustancia primigenia. ¿Por qué los ángeles [y además caídos] podían engendrar alegremente con las mujeres humanas, y los demonios en cambio debían recurrir a enojosas operaciones y maniobras para llegar al mismo resultado? El Tractatus Contra Daemonum Invocatores directamente rechaza esta tradición sencillamente porque no era compatible con sus afirmaciones.
Existe, sin embargo, una larga tradición de apasionados romances entre demonios y humanos, independientemente de los mitos bíblicos, como la historia de San Jerónimo y su amada Melusina, una íncubo [ver: Íncubos y Súcubos: ¿qué ocurre durante un encuentro paranormal?]; incluso el mago Merlín, según la leyenda, fue engendrado por un demonio; sin mencionar la relación entre Meridiana, un demonio femenino, y el papa. No obstante, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores concluye que, para engendrar un ser humano, se necesita la intervención directa, y exclusiva, de un hombre y una mujer.
Otra inquietud que explora el Tractatus Contra Daemonum Invocatores es el vuelo de las brujas, y esta vieja tradición de que los demonios pueden transportar a sus acólitos de un lugar a otro en un instante [ver: ¿Por qué las brujas vuelan en escobas?]. Sin embargo, los testimoinos extraídos en los procesos judiciales son contradictorios en este asunto. Algunas brujas sostenían que el transporte diabólico sí existía, y que de hecho eran trasladadas desde sus casas al Sabbat por entidades incorpóreas, pero la mayoría de los inquisidores no daban demasiado crédito a estas habladurías.
Así como los demonios parecen tener muchas dificultades para manifestarse en el plano físico, el Tractatus Contra Daemonum Invocatores acepta que estos podían manipular el clima, incluso los aspectos más sutiles de la naturaleza, pero siempre con el permiso divino. De esta forma, buena parte de las capacidades de los demonios estaban sujetas a la aprobación de Dios, quien por alguna razón permitía ocasionalmente alguna tropelía.
En resumen: el Tractatus Contra Daemonum Invocatores amplía la frontera de la herejía tradicional, incluyendo muchas formas de magia popular, criminalizando de este modo prácticamente cualquier expresión de la brujería, aunque haciendo algunas distinciones, por ejemplo, entre los nigromantes [gente culta, según Vineti] y las brujas, cuyos conocimientos no eran adquiridos a través del estudio progresivo del ocultismo, sino que provenían directamente de fuerzas diabólicas; despojándolas incluso del intelecto, no siendo más que meras reproductoras de un saber blasfemo que les habría sido transferido en odiosas prácticas paganas.
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