«Tan real»: Robert Specht; relato y análisis


«Tan real»: Robert Specht; relato y análisis.




Tan real (The Real Thing) es un relato de terror del escritor norteamericano Robert Specht, publicado originalmente en la edición de abril de 1966 de la revista Alfred Hitchcock's Mystery Magazine, y luego reeditado en la antología de 1967: Alfred Hitchcock: relatos que me asustaron incluso a mí (Alfred Hitchcock Presents Stories That Scared Even Me).

Tan real, quizás el único cuento de Robert Specht que ha trascendido, nos ubica en el medio de una situación extremadamente tensa: por un lado, tenemos al loco del pueblo, Charlie, capaz de creer en las historias más extraordinarias. Por el otro, al bromista, Tad, quien ahorra esfuerzos para someter a Charlie a las bromas más pesadas.

El dilema consiste en que Charlie vive en una funeraria, y a menudo convive con los muertos. Tad, por su parte, aprovecha las circunstancias para asegurarle que una de las fallecidas es, en realidad, una especie de hombre lobo, o de vampiro, que por las noches se levanta de su ataúd para beber la sangre de los vivos.

Para darle mayor realismo a la broma, Tad logra que su propia novia, perfectamente maquillada, se introduzca en uno de los ataúdes vacíos de la funeraria con el objetivo de asustar a su amigo. Sin embargo, Charlie no reacciona del modo esperado, sino que, por el contrario, resulta ser un sujeto bastante informado sobre los métodos apropiados para matar a un vampiro.




Tan real.
The Real Thing, Robert Specht.

Charlie Atkinson y Tad Winters llegaron al manicomio el mismo día. Charlie iba realmente tranquilo. Como estaba medio chiflado, le daba igual dormir en un sitio como en otro: todos eran buenos. A Tad, no. Cuando se lo llevaron, aullaba como un perro apaleado.

Todos los pueblos tienen su tonto y su bromista. Y, al parecer, el primero enloquece siempre debido a las bromas del segundo. Así ocurrió con Charlie y Tad. Aunque Charlie nunca pareció notar que le gastaban bromas. Cualquiera que fuere la broma que le gastaba Tad, Charlie sonreía con su sonrisa bobalicona y decía:

—Ese Tad es muy gracioso. ¡Claro que es gracioso!

Charlie dormía en una pequeña habitación situada en la parte de atrás de la capilla ardiente de la funeraria del señor Eakins. Su misión era mantener limpio el local, el cual barría de cuando en cuando. Eakins le dejaba hacer pequeños trabajos como éste, para que así Charlie no creyera que le tenían por caridad. A Charlie le gustaba su cuartito, sin pensar siquiera que la mayor parte del tiempo tenía un inquilino en la capilla ardiente de la funeraria.

Llegó abril. Las lluvias convirtieron el camposanto en un verdadero lodazal, y hasta que las aguas desaparecieron la funeraria de Eakins tuvo tres inquilinos esperando a hacer su último viaje. Charlie se vio obligado a compartir su cuartito con la hija de Dayton, que murió de pulmonía algunos días antes. Tan pronto como Tad se enteró de aquello, no pudo evitar el gastarle una broma a Charlie.

—He oído decir que tienes compañía, Charlie. ¿Es cierto?

Charlie le miró extrañado.

—Sí. Me refiero a esa linda muchacha que está alojada contigo.

—¡Caramba, Tad! Es la hija de Dayton. Ya lo sabes.

Charlie dirigió una mirada a su alrededor para ver si los amigotes de Tad estaban sonriéndose. Aún no estaba seguro de si le gastaban una broma.

—¿Quieres decir que no es tu esposa?

—Tad, esa muchacha está muerta. No puede ser esposa de nadie. Tú no estás bien de la cabeza.

Algunos de los muchachos se hallaban a punto de soltar la carcajada; pero Tad los contuvo con una rapidísima mirada. Se le había ocurrido una idea.

—Charlie, ¿no viste nunca levantarse a esa chica por las noches y corretear por tu habitación?

—Ahora es cuando estoy convencido de que estás loco.

—No lo estoy —respondió Tad con voz lúgubre—. Todo cuando puedo decirte es que será mejor que te asegures de que la tapa de su ataúd está bien cerrada.

Todos los rostros que rodeaban a Charlie conservaban sus expresiones serias.

—¿Por qué será mejor que me asegure? —preguntó el tonto.

—Por el pueblo corre el rumor de que la chica fue mordida por un lobo antes de morir —Tad acercó su cara a la de Charlie y continuó—: Pero no un lobo corriente, sino un hombre lobo. ¿Te das cuenta de lo que eso pudo hacer de ella?

—¿Una vampiresa?

Charlie estaba un poco confuso, pero Tad continuó remachando el clavo.

—Exactamente. Seguro que una noche te dormirás y a la mañana siguiente verás los dientes de esa chica clavados en tu cuello. Te habrá chupado la sangre hasta dejarte seco.

Dicho lo cual, Tad se alejó con sus amigos, dejando solo a Charlie para que pensara sobre aquello.

Más tarde, Charlie hizo a míster Eakins algunas preguntas sobre los vampiros, y Eakins le contó cuanto él sabía. Antes que pudiera preguntarle a Charlie para qué quería saber aquello, entró un parroquiano y Eakins olvidó el asunto por completo.

Lo que hizo fue terrible, porque aquella misma noche Tad y sus amigotes se reunieron en la parte de atrás de la funeraria, donde se hallaba la habitación de Charlie. Algunos comerciantes del pueblo le pagaban a Charlie cincuenta centavos a la semana para que antes de acostarse revisara las puertas de sus tiendas con el fin de asegurarse de que estaban bien cerradas. Y eso era lo que estaba esperando, para actuar, el grupo reunido en la calle.

Tad se volvió a Susan, la única muchacha del grupo. Pensaba casarse con ella en breve; pero la forma en que iba maquillada aquella noche hizo que Tad se estremeciera un poco al mirarla. Sus ojos estaban ribeteados de negro y sus labios pintados de morado. El resto del semblante estaba blanqueado, a excepción de algunos cercos negros para ahondar las mejillas.

—Tad, no me gusta nada hacer esto —susurró la muchacha.

—¡Oh cariño! No es más que una broma.

—Sí, pero no me agrada la idea de meterme en un ataúd.

—No permanecerás en él más que unos minutos, hasta que Charlie vuelva. Como te dije, te meteremos en uno de los ataúdes que Eakins tiene como muestra en el vestíbulo y lo sustituiremos por el que está en la habitación de Charlie. Cuando él vuelva a su cuarto, tú lanzas unos cuantos lamentos, levantas la tapa... y a reír.

—Supongamos que le da un ataque al corazón o algo por el estilo.

—¡Oh, es demasiado tonto para eso! Echará a correr, gritando, y no parará hasta el límite del condado. ¡En dos minutos estará allí!

Susan se rió sin ganas.

—¡Chis! —dijo una voz.

Era la de uno que estaba mirando desde la esquina del edificio hacia la parte de delante.

—¡Ya sale! ¡Vámonos!

El grupo se ocultó, y cuando Charlie desapareció calle arriba, entraron corriendo por la puerta sin cerrar de la funeraria. Minutos después, cuando Charlie regresó, los hombres estaban otra vez en la calle, en la parte trasera del edificio.

—Ayudadme —dijo Tad.

Dos de sus amigos le tomaron por las piernas y le alzaron lentamente hasta que pudo ver el interior de la habitación de Charlie a través de una ventana que parecía una tronera.

—Ya entra —susurró Tad al grupo que estaba abajo—. Se ha sentado en el catre y se está quitando los zapatos.

Tad no tuvo que informar sobre lo que sucedió a continuación, porque todos pudieron oír desde donde estaban el lamento que salió del ataúd de mimbre. Dentro del cuartito, Charlie se puso en pie de un salto. Otro lamento salió del ataúd y Charlie se agarró al borde de su catre. Al mismo tiempo, Tad se sostenía con una mano en el alféizar de la ventana, mientras trataba de ahogar la risa con la otra.

—¿Qué pasa? —preguntó una voz desde abajo.

—Espera —contestó Tad, sin poder contener una risita—. Se abre la tapa del ataúd. Ella se incorpora. ¡Dios! ¡Parece un cadáver de verdad! Creo que Charlie echará a co...

Se interrumpió cuando Charlie, de pronto, recobró el movimiento. Empezó a andar lentamente, no hacia la puerta, como Tad creyó que haría, sino en línea recta hacia el ataúd. También Susan estaba sorprendida, como Tad pudo muy bien darse cuenta, y no ofreció resistencia cuando Charlie saltó hacia ella, la empujó dentro del ataúd y bajó la tapa.

—¿Qué sucede, Tad? —preguntó alguien.

Tad estaba demasiado aturdido para contestar.

—No sé. Ha vuelto a encerrarla dentro del ataúd. Ahora está sacando algo de debajo del colchón. Parece como si... ¡oh, Dios mío! ¡Dios mío! ¡No!

El horror que se notaba en su voz cortó de raíz la risa que estaba a punto de estallar entre sus amigos. Uno de los que le sujetaban las piernas aflojó de pronto y Tad cayó al suelo, gimiendo. Antes que los hombres pudieran recobrarse, llegó hasta ellos, procedente de la habitación de Charlie, un grito aterrador, que heló la sangre a todos los que esperaban abajo: era el grito de una mujer en mortal agonía, y fue seguido por otro, más desgarrador que el primero.

Tad se puso en pie y, corriendo, dio la vuelta al edificio. Cuando sus amigos le alcanzaron, ya estaba empujando con todas sus fuerzas la pesada puerta de la funeraria, presa de la locura. Uno de los hombres conservó la calma. Apartando a los otros, tomó una silla que estaba delante de la ventana de cristales y la lanzó contra ella. Tad fue el primero que entró por ella cuando los cristales dejaron de caer al suelo. Los gritos procedentes de la habitación de Charlie alcanzaron su cúspide.

Cuando los hombres llegaron a la puerta, cesaron de repente. Tad fue el primero que entró en el cuartito, y lo que vio le hizo lanzar un aullido. El ataúd de mimbre continuaba aún sobre los dos soportes en que fuera colocado unos minutos antes. Charlie estaba en pie, delante de él, con un mazo en la mano. Un ligero estertor salió del ataúd cerrado y la larga estaca de madera, incrustada entre sus trenzadas fibras, se movió levemente cuando la moribunda mujer que yacía dentro se estremeció por última vez.

Luego, todo quedó inmóvil. La sangre empezaba a gotear sobre el suelo.

Tad comenzó a gritar desgarradoramente.

Cuando las autoridades se llevaron a Tad y a Charlie, todos estuvieron de acuerdo en que la culpa la tenía el primero. Todos, excepto Eakins. Estuvo borracho durante una semana, diciendo que él fue el loco que explicó a Charlie la forma de matar un vampiro: clavándole una estaca en el corazón.

Robert Specht




Relatos góticos. I Relatos de cementerios.


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El análisis y resumen del cuento de Robert Specht: Tan real (The Real Thing), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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