El hombre que dejaba notas en los libros.
Hay personas que violentan a los libros, que los subrayan, que los sobrescriben, que dejan indescifrables marginalias para la posteridad. A él, a Santiago, le gustaba dejar notas.
(¿Y si las canciones de cuna son invocaciones?)
A veces tenían que ver con sugerencias, con otros libros que, según él, una quizá debería leer, pero casi siempre esas notas reflejaban sus pensamientos más íntimos, su estado de ánimo, sus miedos.
(En los rincones del cuarto escucharíamos a los monstruos aullar)
Supongo que Santiago pertenecía a la estirpe más humilde de escritores, esos que ni siquiera se atreven a pensarse como tales, que no sueñan ni quieren serlo, pero que escriben.
(Los veríamos en las sombras, acechando)
Las notas de Santiago no eran aforismos, ni frases ingeniosas, ni sentencias filosóficas, metafísicas, o cualquier otra porquería que pueda encontrarse en un sobre de azúcar. Eran —¿cómo definirlas? — algo así como eslabones de una idea, casi siempre vagos, como una niebla que crece de repente, desordenada, como las imágenes de un sueño; eso, como escritas en sueños.
(Como te veo a vos, ahora)
La verdad es que lo extraño mucho a Santiago. Extraño sentir que todos los libros en casa son suyos. Me siento una intrusa en la biblioteca, como si estuviera forzando la cerradura de una casa que no me pertenece.
(Sentada)
Pero ahora que Santiago no está me cuesta muchísimo leer. Tengo miedo de abrir un libro y encontrar una de sus notas.
(Ignorándome)
Y leernos en un pasado mejor.
(Como si ya no pudieras verme)
Egosofía: filosofía del Yo. I El club del antilibro.
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