«La casa de Haon-Dor»: Clark Ashton Smith; relato y análisis.
La casa de Haon-Dor (The House of Haon-Dor) es un relato de terror[inconcluso] del escritor norteamericano Clark Ashton Smith (1893-1961), publicado de manera póstuma en la antología de 1984: Cuentos inéditos de Clark Ashton Smith (Untold Tales by Clark Ashton Smith).
La casa de Haon-Dor, uno de los cuentos de Clark Ashton Smith menos conocidos, integra el Ciclo Hiperbóreo, aquella serie de relatos sobre un pasado ominoso de la Tierra.
La casa de Haon-Dor.
The House of Haon-Dor, Clark Ashton Smith (1893-1961)
Roger Farway no ha declinado la hospitalidad de su tío por un simple deseo de independencia, o de evitar convertirse a sí mismo, a demasiado costo, en un activo escritor de ficción. La negativa se debió más bien a su temperamento poético, a un insatisfecho anhelo de comunión con la Musa de los lugares solitarios. También, Roger ha visitado, en otro tiempo y brevemente, las antiguas y pintorescas excavaciones hidráulicas conocidas como Gold Canyon, y, profundamente cautivado por el lugar, ha resuelto volver allí en algún momento. Cuando el padecimiento de una infección leve de tuberculosis hizo imperativo que abandonara el polvo y la niebla de San Francisco, y que habitara por un tiempo en luminosas y soleadas colinas montañosas, sus pensamientos se dirigieron inmediatamente, como atraídos por un algún magnetismo del paisaje, al Gold Canyon. Antes de recibir de su tío George Beltane, una carta ofreciéndole ir a reponerse a Peargate, donde el aire y la elevación eran bastante adecuadas para el tratamiento de su dolencia, ya había decidido pasar el verano en las cercanías de aquellas excavaciones abandonadas desde hacía mucho tiempo, treinta kilómetros arriba del rancho de su tío, en la autopista a las Sierras.
George Beltane era bien capaz de interpretar este deseo de soledad y retraimiento en sus propios términos. Entre él y el joven siempre habían tenido el vínculo de un amor común a la literatura y la belleza. Roger era un poeta muy prometedor; y Beltane también había sido un poeta, hasta que las urgencias monetarias lo habían obligado a dedicarse a la más venal y pedestre prosa.
Habría recibido con gusto a su sobrino en el rancho de peras y manzanas en que vivía, sin otra compañía que la de un cocinero japonés y un capataz portugués, y donde, seguramente, el aislamiento habría sido más que excesivo para la mayoría de los jóvenes. Pero, sin protesta o comentario, aceptó la decisión de Roger, y lo ayudó a establecerse en un bosquecillo de pinos en el borde de las excavaciones, a unos dos kilómetros del más cercano campamento [auto-camp]. Aquí se levantó una tienda de campaña, y fue abundantemente provisto con alimentos y libros. Beltane le indicó a Roger que evitara extenuarse, advirtiéndole contra los manantiales contaminados con arsénico de las excavaciones más bajas, y también respecto a que la estación era inusualmente propicia para las serpientes de cascabel. Luego condujo su vehículo de regreso al rancho, resolviendo mantener un ojo paternal pero discreto sobre el muchacho, y visitarlo en intervalos regulares.
El régimen que Roger se aplicó a sí mismo, sin duda habría hecho fruncir el seño a la mayoría de los doctores. Viviendo solo y sin atención, cocinaba sus propios alimentos, consumía gran parte de su tiempo recorriendo las colinas y las laderas del cañón; e incluso, como distracción, intentó la explotación minera con un plato para oro en las barrancas no agotadas de las excavaciones hidráulicas. Todo esto habría sido considerado por los doctores como muy extenuante; para ellos debería haber seguido en forma urgente el curso normal de tratamiento en algún sanatorio al pie de las montañas.
Sin embargo, esta vida de ajustaba bien a las necesidades de Roger, y mejoraba en forma visible en fuerza, peso, y espíritu. Había diagnosticado correctamente sus propias necesidades; porque, además de su incipiente lesión, había comenzado a sufrir, desde un tiempo atrás, malestar en los lugares atestados. Nacido en el campo, había vivido demasiado tiempo en las ciudades; y la fatiga así motivada sólo era curable con un periodo de casi total soledad. Libre de la opresión de los rostros humanos, se volvió con inefable alivio hacia la serenidad de rocas y árboles. Las excavaciones fueron una fuente de continua fascinación para él, aunque el romance de la búsqueda original de oro, tan poderoso en otros, era sólo una pequeña parte de su encanto. Aquí, en estos abismos amplísimos que han perforado la antigua colina, con barrancos de conglomerado amarillo rojizo, y pirámides de bordes agudos y pilares dolomíticos alzándose desde las profundidades, han sido revelados los secretos interiores de la Tierra; y aún así, después de un breve periodo, la Tierra estaba ya comenzando a triunfar sobre la devastación realizada por los hombres. Con el tiempo, la violenta erosión la hará indistinguible de la lenta y cíclica producida por los vientos y las aguas. Los pinos amarillos se han arraigado a sí mismos en los declives naturales, se han apiñado cercanos al borde de escarpados precipicios, se han encaramado en los suelos de la parte superior de la dolomitas. El sedimento se ha acumulado lejos hacia abajo de las excavaciones, y jóvenes sauces y alisos prosperan allí. Las hierbas se han asentado provisionalmente en las juntas de los lechos de rocas y en los montones de escombros en descomposición.
Roger, que gustaba de la geología amateur, nunca se cansaba de buscar maderas petrificadas y huesos fósiles. Troncos enteros de árboles prehistóricos, algunos ennegrecidos por fuegos prehistóricos, habían sido expuestos por las excavaciones. Diariamente exploraba las cuestas en nervadura y las vastas acumulaciones de rocas y grava desprendidas, nunca decepcionado de encontrar algún nuevo tesoro o curiosidad.
Se encontraba con poca gente, pues la región estaba escasamente poblada, y los ocupantes de las casas de veraneo y de los campamentos a lo largo de la carretera rara vez visitaban las excavaciones. Le habían contado que en alguna parte de la localidad se encontraba la sede de un pequeño y obscuro orden de místicos, llamados la Hermandad del Sol, que se confinaban a sí mismos en contemplación esotérica, y eran vistos raramente por la gente de las aldeas vecinas. Presumiblemente estaban emparentados a los Rosacruces; pero su interpretación de los reinos ocultos y de las leyes esotéricas de la naturaleza se decía que era algo heterodoxa. Roger, con una ligera curiosidad, y sintiendo un débil sentimiento poético de simpatía por todos los que profundizan en lo oculto, resolvió con igual vaguedad que los visitaría antes de terminar su estadía en Gold Canyon. Pero, en esos momentos, no tenía apuro en averiguar la localización exacta de su emplazamiento.
Su tienda de campaña se encontraba en el margen sur de las excavaciones. Mirando a través de ese abismo hecho por el hombre, a menudo advertía las paredes y techo de una deteriorada barraca que se apoyaba peligrosamente en los elevados barrancos en el costado norte, a una distancia de más de media milla. La barraca estaba estrechamente rodeada por "manzanita" * de bajo crecimiento, y su deterioro era evidente aún sin los prismáticos que Roger usaba con frecuencia en su estudio de la topología local. Sintiendo poco interés al principio, decidió que era una antigua y por largo tiempo abandonada cabaña de minero, quizá allí desde la época en que Gold Canyon bramaba con actividad humana.
* _ En castellano en el original (Nota del traductor). Más de una vez, en sus andanzas, se aproximó al pie del precipicio en el que se sostenía la cabaña, y fijaba la mirada, con una vaga especulación, en su única ventana obscura y sin vidrios. También llegó al lugar desde atrás en un recorrido circular alrededor del dentado borde del abismo. Se impresionó de nuevo con su antigüedad y abandono. Aunque el techo estaba maltrecho pero intacto, y sólo unos pocos de los tablones se habían caído o estaban podridos, siempre sentía que algo como una respiración provenía de la tambaleante estructura en ruina. En una ocasión en que estuvo cerca en el crepúsculo, cuando una coloreada puesta de Sol estaba pasando desde azufre a sangre detrás de los pinos negros, llegó a Roger la tenue sensación de algo oculto y siniestro que observaba desde la cabaña. A esta impresión la desechó rápidamente, como debida a alguna evanescente calidad de las luces y las sombras, o a alguna sombra innominada de su propia mente y nervios. No regresó; y pronto olvidó la fugaz sensación de misterio.
No fue hasta la segunda semana de su estadía en Gold Canyon, que Roger comenzó a sospechar algo misteriosos o adverso respecto de la barraca.
Los crepúsculos de Junio, cálidos y sin la menor brisa, se alargaban. Había estado observando un creciente amplio y amarillo-sanguíneo que permanecía claro sobre las puntas de los pinos al oeste de su campamento. Luego, dándose vuelta debido a un vago impulso, dirigió su vista a través de la excavación en la obscuridad y observó para su asombro una luz roja en la ventana de la cabaña, cuya silueta era ahora casi indistinguible. Si era originada por una lámpara, linterna o fuego, no podía saberlo. La luz era estable y sin parpadeos, y molestaba a sus ojos en forma rara, como si estuviera mirando el corazón fundido de un horno abierto. Pensó que un vagabundo o un prospector, había tomado posesión temporal de la cabaña; pero esta explicación obvia fallaba para calmar totalmente la primera sensación de extrañeza, de algún portento inexplicable y perturbador.
Reprochándose a sí mismo por una curiosidad que consideraba vulgar e infantil, Roger se sentó delante de su tienda y estimó ese ojo de rojiza llama en la barranca opuesta. Conjeturas sin nombre y divagaciones se movieron obscuramente a través de su mente. El cuerno ensangrentado de la Luna era arrastrado hacia abajo por negras ramas, y las excavaciones se convertían en un insondable abismo de negrura del Tártaro. Luego, con el hundimiento de la Luna, la misteriosa iluminación desapareció.
Temprano, el siguiente día, Roger anduvo un poco hacia la parte trasera de la cabaña en el curso de un largo y descansado paseo, pero no percibió signos de ocupación. No se veía el más débil hilo de humo desde el caño absurdamente inclinado y roído por la herrumbre de la chimenea. Haciendo un semicículo a través de las bajas e intransitables malezas de margen a margen de la inescalable barranca a cada lado, no encontró...
Clark Ashton Smith (1893-1961)
Relatos de Clark Ashton Smith. I Relatos góticos.
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El análisis y resumen del cuento de Clark Ashton Smith: La casa de Haon-Dor (The House of Haon-Dor) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
Que tristeza que este inconcluso, alguno de los más veteranos tiene idea de como terminaría?
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