«La casa de Camden Hill»: Catherine Crowe; relato y análisis.
La casa de Camden Hill (The B... House in Camden-Hill) es un relato de fantasmas de la escritora inglesa Catherine Crowe (1803-1876), publicado en la antología de 1848: El lado nocturno de la naturaleza (The Night-Side of Nature).
La casa de Camden Hill, uno de los mejores relatos de fantasmas del siglo XIX, es parte del vasto anecdotario paranormal de los cuentos de Catherine Crowe; cuyo estilo se identifica claramente con la tradición oral de este tipo de historias, narradas con cierta ligereza pero también con un encanto indudable.
La casa de Camden Hill.
The B... House in Camden Hill; Catherine Crowe (1803-1876)
La casa del matrimonio B. en Camden Hill no tenía nada de particular, excepto su gran número de habitaciones, todas igualmente confortables. La pareja la había rentado por un precio razonable a un hombre de negocios de Temple, con la intención de convertirla en una pensión, donde pudieran alojarse funcionarios o empleados de la vecindad.
Al principio, gracias a sus precios económicos, el negocio prosperó, pero un buen día un empleado joven llamado Rose se marchó bruscamente asegurando que su habitación estaba embrujada. Los esposos B. jamás habían ocupado aquel cuarto, una sala grande que daba al jardín. De este modo, antes de volverla a alquilar, decidieron comprobar por sí mismos lo que ocurría en ella.
Desde la primera noche reconocieron que Rose no había mentido.
Entre la una y las dos de la madrugada, la señora B. fue despertada por un extraño ruido, como el de un enorme gato arañando el parquet. Al mismo tiempo, su marido también se despertó y los dos oyeron en silencio como el extraño ruido aumentaba y disminuía, como si su misterioso autor se acercara y alejara de la cama. Eventualmente, el señor B. no pudo más y gritó:
—¿Quién eres y qué haces aquí?
El ruido cesó, pero un segundo después, las sábanas fueron arrancadas violentamente de la cama. La señora B. encendió una vela que guardaba cerca de sí. En el cuarto no había nada, sin embargo, no encontraron las sábanas.
Se levantaron, cerraron con llave y se fueron a pasar el resto de la noche en su dormitorio. A la mañana siguiente, volvieron a la habitación de Rose y encontraron las sábanas revueltas sobre la cama; el cubrecama, de gruesa lana, estaba intacto, pero las sábanas estaban hechas jirones.
La señora B. se negó a repetir la experiencia, pero su esposo, obstinado, volvió a instalarse en la habitación embrujada. Esta vez mantuvo una linterna encendida en la cabecera de la cama. Tardó mucho en dormirse, pero cuando empezaba a vencerlo el sueño, fue sobresaltado por el mismo ruido de la noche anterior. El señor B. se incorporó y vio, a la luz de la lámpara, a un anciano de aspecto miserable, escasamente vestido, de pie en el centro del cuarto. Llevaba un curioso casquete de piel de gato y contemplaba al durmiente con evidente desconfianza.
Pese al miedo, el señor B. preguntó al sobrenatural intruso cuáles eran sus intenciones. A modo de respuesta, éste empezó a resoplar como un gato furioso e intentó agarrar las sábanas. Entonces el señor B. notó que sus manos descarnadas eran extraordinariamente largas y que terminaban en uñas como garras.
Casualmente, el señor B. tanteó junto a la cama una caña de junco, la tomó y con ella intentó pegarle al visitante nocturno. No encontró resistencia alguna y el junco atravesó el cuerpo del anciano como si fuera de humo.
Entonces el fantasma retrocedió, lanzando amenazas y hundiéndose en la pared, despareció. La noche terminó tranquilamente. La pareja sacó los muebles y cerraron el cuarto.
El fantasma no quebró la paz de ninguna otra habitación. Pero aproximadamente dos años después el matrimonio habló del extraño suceso a uno de sus primos, un marino de Kingston, que había venido a visitarles.
El marinero era un hombre robusto y de un sólido sentido común; por cortesía no quiso poner en duda las afirmaciones de sus primos, pero decidió pasar la noche en el cuarto embrujado. Con este fin, la amueblaron con una pequeña cama de campo, una mesa de luz y una silla, y colocaron una lámpara encendida en la consola de la chimenea. El marinero tardó muy poco en dormirse pues no creía en historias de fantasmas.
Había cerrado su habitación con llave e incluso había asegurado la puerta con un sólido cerrojo. Entre la una y las dos fue despertado por una fuerte sacudida en su cama y vio al anciano que lo observaba, colérico.
Cuando el marino se disponía a levantarse, el fantasma retrocedió, gruñendo como un gato furioso y desapareció. Luego se oyeron muchos golpes de gran violencia contra (o dentro) de los muros y un enorme trozo de yeso se desprendió del techo. Pero el espectro no volvió a aparecer.
Poco después los esposos B. se marcharon de Londres para establecerse en Kingston y no se supo más de la casa de Camden Hill.
Catherine Crowe (1803-1876)
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