Hombres que odian a las mujeres.
—Mire eso, profesor Lugano.
El resto de nosotros también miró.
Un hombre, que no era apuesto pero tampoco completamente desagradable, abandonaba una mesa con el semblante devastado. Dejó unas monedas junto a un par de tazas presumiblemente vacías; dio un paso hacia la puerta y volvió la cabeza, solo un segundo, como dando a entender que todavía tenía mucho para decir, una idea, tal vez, o un enunciado, pero que las circunstancias exigían de él una retirada decorosa.
La mujer lo vio partir. Recién cuando se aseguró que no volvería se permitió llorar silenciosamente.
—¿Qué opina, profesor?
—¿Sobre qué?
—Sobre la escena dramática que acabamos de presenciar.
Lugano se rascó el mentón, como siempre que se exigía de él una reflexión trascendental.
—Me parece que todo ha sido bastante claro como para emitir una opinión que no sea redundante —dijo.
—¿Usted cree que él la dejó?
—Posiblemente. Pero ése no es el punto.
—Tal vez no, pero no creo que podamos arriesgar una teoría sobre los motivos por los cuales decidió romper con ella.
—Claro que podemos. De hecho, eso es lo más claro de todo el asunto.
—¿Y cómo podríamos conocer esas causas?
—Solo existe una causa, un principio inamovible del cual proceden todos los actos que a simple vista parecen disímiles. El hombre es fácil de interpretar. La mujer, en cambio...
—¿En cambio qué, profesor?
Lugano apuró el vaso de ginebra y adelantó los labios como para retener el ardor en su paladar. Los que conocíamos sus violentos cambios de humor nos preparamos para un razonamiento demoledor.
—Digamos que esa mujer no hubiese necesitado de nuestras teorías. No llora porque él la dejó, sino porque ya sabía que iba a dejarla y sin embargo decidió apostar una mano fuerte.
—¿Y él? ¿No se trataba de saber por qué la había dejado?
—Lo de él es simple, casi banal. Hay hombres que adoran la proximidad, la anticipación del goce, el beso en potencial, la piel que emite fragancias secretas que aún no han podido acariciar; incluso hay hombres que harían cualquier cosa por estar con ellas, pero que al mismo tiempo odian incondicionalmente a las mujeres.
El grupo se dispersó, acaso pensando en otras rupturas y en otros bares.
La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.
El artículo: Hombres que odian a las mujeres fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
Algo que me llama mucho la atencion de este blog, es la palabra muy repetida "acaso".
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Excelente escrito. De dónde pueden sacar tanta genialidad y cosas tan curiosas y a la vez tan fascinantes? Seguiré por acá. Gracias.
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