Mi vecino el exorcista.
Arístides vive en el mismo piso que yo. Es un viejo desagradable, de rostro agrietado como un papiro, que despide un olor rancio, supongo, producto de las sucesivas capas de sudor que fueron acumulándose durante años debajo de ese sobretodo gastado que usa.
Esta descripción podría inducir al lector a cierta ternura por la situación del viejo. En ese caso, nótese también que Arístides está loco. Loco de remate.
Desde la mirilla a veces lo observo deambular por el pasillo, frotándose la cabeza y tapándose los oídos como si oyera voces. A veces les contesta en voz alta. Las amenaza.
Todo esto lo sé porque sufro de insomnio. Es un padecer culposo, porque a pesar de lo que pueda creerse la noche no trae inspiración. Nada útil sale de la oscuridad. Solo momentos de angustia, de desgano.
Cuando escucho que el viejo sale de su departamento, puntualmente, a las cuatro de la madrugada, dejo lo que sea que esté haciendo y lo observo por la mirilla. Sé que él sabe que lo miro. Lo sé porque él también encaja un ojo acuoso del otro lado de la puerta.
Sin ir más lejos, hace una hora aproximadamente lo vi salir. Llevaba un enorme crucifijo. Se acercó y empezó a golpear mi puerta. Rezaba.
Debe pensar que estoy poseído por el demonio o algo así. Vaya uno a saber qué ideas tiene el viejo en la cabeza. Después de todo, los delirios místicos son inexplicables en la mayoría de los casos. Únicamente un psicópata puede confundir insomnio, en mi caso, producto del estrés, con posesión…
Ahí está de nuevo.
Otra vez con el bendito crucifijo.
Ahora trae también un libro, un frasco.
¿Acaso piensa que puede tirar abajo la puerta a fuerza de oraciones?
Usted se preguntará porqué no llamo a la policía. Después de todo, que un vecino intente entrar en un domicilio es motivo suficiente para pedir la intervención de las autoridades.
No me gustaría que se muera de un disgusto. Además, los golpes en la puerta no son tan molestos como parece. Prefiero ignorarlo y seguir con mi rutina de todas las noches: clarinete, al taco, hasta que salga el sol.
Egosofía. I El lado oscuro de la psicología.
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