Historia de la melancolía: de fenómeno hepático al octavo pecado capital.


Historia de la melancolía: de fenómeno hepático al octavo pecado capital.




La melancolía, esa sensación o estado de indefinible tristeza, acompaña al hombre desde épocas remotas. Pero su historia está lejos de ser una historia de las emociones, y muy cerca de un desorden hepático que los griegos consignaron con prolija abundancia.

La palabra Melancolía ]μελαγχολια] significa «bilis negra», de melas, «negro», y jole, «bilis». Hipócrates propuso que los cuatro humores que componen el organismo: sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla, son los causantes de todas las enfermedades cuando estos se encuentran desequilibrados. Por ejemplo, un exceso de sangre producía comportamientos erráticos, hiperactivos, mientras que una abundancia de bilis negra producía un efecto contrario: abatimiento, apatía, melancolía. El equilibrio de los humores se denominaba Crasis, y su desequilibrio, Crisis; era combatido por el organismo mediante la expulsión de fluidos a través del vómito, sudor, orina, expectoración y excrementos. De tal forma que cuando un griego galeno se proponía defecar en realidad estaba exprimentanto un «instante crítico», tal como se lo llamaba.

El predominio de un humor sobre los otros explicaba el temperamento de una persona, según lo propuso Hipócrates. Existían cuatro tipo de personalidades: el sanguíneo, el colérico, el melancólico y el flemático. De estas posibilidades el melancólico se llevaba la peor parte, y era considerado un hombre de capacidades reducidas a causa de su sensibilidad, su pesimismo y pasividad. Más aún, Hipócrates elaboró un diagnóstico general, un axioma médico, si se quiere: si la tristeza y el miedo se prolongan, es melancolía.

Más aún, sostuvo que esta tristeza y miedo derivan en un estado de odio perpetuo. Los melancólicos son como niños, decía, que se apenan y temen por todo; o como hombres encerrados en una caverna oscura, cuya salida es incierta.

Areteo de Capadocia, médico romano del siglo I d.C, decide que la melancolía el una enfermedad del alma que produce una especie de obsesión por la tristeza. Celso, por su parte, propone terapias alternativas, como juegos, deportes y viajes, aunque también recomienda purgas periódicas a eléboro blanco. Sorano de Éfeso, metódico, explica la melancolía como una condición relacionada con un organismo laxo, gelatinoso. La escuela neumática va más allá, y elabora un perfil físico del melancólico: labios finos, gran cantidad de vello corporal, piel oscura; características que condicionan al sujeto a una «excesiva actividad del pensamiento», como todos sabemos, nefasta para el hígado.

A pesar de las recomendaciones médicas los melancólicos siguieron multiplicándose con total desidia. La Edad Media los reconoció y trató como enfermos, hasta que sus síntomas se prestaron a cierta confusión doctrinaria. Comenzó a hablarse de Apátheia, es decir, apatía, y la melancolía rápidamente se asoció con esta nueva condición, por cierto, condenada por la Iglesia. Finalmente, la apatía se vinculó con la Tristitia [«tristeza»], ubicada como el Octavo Pecado Capital por Juan Casiano en el siglo IV, de tal forma que todas las personas de naturaleza triste y apagada eran oficialmente pecadoras.

Afortunadamente para los melancólicos llegó Tomás de Aquino, que eliminó la tristeza de la lista de inclinaciones reprobables, reduciendo los Ocho Pecados Capitales a Siete, hecho que no causó gran impacto en la comunidad melancólica, quienes tomaron esta resolución con total abulia.




Misterios miserables. I Poemas melancólicos.


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