Diana de Poitiers: una obsesión capilar


Diana de Poitiers: una obsesión capilar.




Diana de Poitiers (1499-1566), aristócrata audaz y cortesana eficiente, padecía el peor flagelo de la mujer hermosa: su belleza obsesionaba a los hombres.

No era ésta una obsesión hija del deseo, fácilmente aplacable; sino de la locura y la necesidad de poseer. Según anotan los cronistas, Diana no enamoraba a los hombres, los enloquecía; los volvía frágiles y maleables, los reducía a una masa irreconocible de impulsos carentes de lógica y razón. El origen de su atractivo, confiesan las crónicas de la época, no estaba en su silueta, ni en sus ojos, ni en sus labios.

Hija de una Medusa ancestral, Diana de Poitiers ejercía un magnetismo irreversible a través de su cabello.

La sola idea de imaginar a Diana con el cabello suelto descendiendo como un río majestuoso por sus hombros desnudos desperaba fantasías acrobáticas en la aristocracia. No existía un precio demasiado oneroso para semejante visión; al menos para los hombres. Diana, en cambio, pagó el precio más alto por su enigmática y cautivadora cabellera.

Diana de Poitiers llegó al mundo el castillo de Saint-Vallier, Francia. Fue hija de Jean de Poitiers, vizconde de Estoile, y de Jeanne de Batarnay. Su madre murió cuando ella tenía seis años, y desde entonces pasó a integrar el séquito de doncellas de Ana de Francia, mujer de temperamento fuerte y hábitos moderados.

En 1515, a los 15 años de edad, Diana se casa con un hombre 39 años mayor que ella: Luis de Brézé, Gran Senescal de Normandía y nieto del Rey Carlos VII de Francia. A pesar de la diferencia de edad, Diana de Poitiers lo amó sinceramente.

Tras la muerte de su anciano esposo, Diana comenzó a mostrar una gran intuición en cuestiones financieras y jurídicas. Administró los bienes conyugales que le correspondían con una eficiencia notable, y amasó una fortuna considerable. Su astucia incluso le permitió heredar el título de Gran Senescala de Normandía, algo inédito hasta entonces.

Su belleza no sólo era admirada por los hombres, sino por las mujeres más poderosas del mundo. Fue dama de honor de Claudia de Francia, Leonor de Austria, e incluso Luisa de Saboya, duquesa de Anjou y madre del rey de Francia.

En 1538 se convirtió en amante de Enrique II, todavía Delfín, aunque ya casado con Catalina de Médicis. Su influencia sobre él fue absoluta, tanto dentro del lecho como fuera de él. Se dice que cuando Diana se proponía regalarle a Enrique una noche "especial" -léase: la fruta prohibida de Sodoma- ella conseguía un nuevo ducado, como de Valentinois, en 1548, o el de Étampes, arrebatado a su enemiga Ana de Pisseleu en 1553.

Según anotan los cronistas, Diana poseía habilidades sexuales prácticamente sobrenaturales, y era capaz de gestionar sensualidades y caricias osadas que ninguna otra mujer se atrevía a abordar. Este talento le brindó, entre otras cosas. el castillo de Chenonceaux.

Pero a medida que su influencia sobre el rey crecía, también lo hacía el odio de Catalina de Médicis, esposa "oficial" del monarca y lesbiana encubierta. Dos motivos más que suficientes para odiarla prolijamente.

Cuando Enrique fue herido de muerte en 1559, Catalina tomó el control absoluto de las decisiones del reino; y le prohibió a Diana visitar al rey durante su agonía. Cuando Francisco II asumió el trono, Diana de Poitiers fue expulsada de la corte. Todas las joyas de la corona que había recibido de Enrique fueron confiscadas, al igual que el castillo de Chenonceaux; y ni siquiera se le permitió asistir a los funerales de su antiguo amante.

Derrotada, Diana se recluyó en su residencia de Anet, donde murió en 1566 a los 67 años de edad. Su tumba fue profanada brutalmente durante la Revolución francesa en 1795, su sarcófago de plomo fue fundido para hacer balas y sus restos fueron arrojados a una fosa común. Incluso su magnífica cabellera, según la leyenda, el centro de su magnetismo sexual, fue secuestrada por el Comité Revolucionario.

Recién en 1967 se restauró la capilla de Anet, y los restos de Diana de Poitiers fueron identificados. En 2009 un grupo de científicos trabajó sobre la mítica cabellera saqueada, de la cual se conservaban unos pocos cabellos. Allí se descubrió el secreto de su sobrenatural magnetismo. Obsesionada por su belleza capilar, Diana de Poitiers ingirió dosis letales de una solución líquida de oro potable, el cual la volvía extremadamente pálida y lívida como un fantasma. Sus restos óseos revelan que Diana falleció a causa de una intoxicación severa, mostrando residuos de oro y plomo que se tradujeron en una anemia irreversible.

El diagnóstico, indigno para su memoria, no deja de ser una exégesis sobre algunas magias que el preferible evitar.




Misterios miserables. I Feminología.


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